16.10.05

Censurado I / Roncagliolo y Lateral


Hace unos meses, la revista catalana Lateral me pidió escribir una reseña de la novela Pudor, de Santiago Roncagliolo. Lo hice, y la envié a la redacción dentro del plazo solicitado. Días después, los editores de Lateral (que habían esperado, supongo, un comentario positivo, o al menos complaciente, de la novela de su amigo) me pidieron varias cosas: primero, que moderara mis críticas; luego, que redujera la extensión de la reseña (señalándome las partes que debía "reducir"), y, por último, que omitiera párrafos enteros. Finalmente, decidieron rechazar el breve artículo que ellos mismos habían solicitado. ¿El supuesto argumento? Que si la novela de Roncagliolo era tan mala como se desprendía de mi comentario, no valía la pena que Lateral se ocupara de ella. Lo que sigue es el texto aludido:

I See Dead People: los fantasmas de la clase media peruana


Por Gustavo Faverón Patriau


Lo primero que llama la atención en
Pudor, la novela más reciente del peruano Santiago Roncagliolo, es su inequívoca vocación por el lugar común. El argumento es múltiple y de líneas correctamente trenzadas: seis historias, dichas desde otros tantos puntos de vista, correspondientes a los miembros de una familia limeña de clase media. Inicialmente, impresiona la solidez del mecanismo: el autor sabe administrar esa media docena de relatos, tender puentes entre ellos. Pero luego se hace notoria la vacuidad de los materiales así conectados. Y sobreviene el fantasma del déjà vu masmediático. Uno tiene la molesta sensación de haber visto estas seis historias seis sábados a las cuatro en algún canal de cable. Un ama de casa de vida soporífera alucina relaciones extramaritales. Su esposo, diagnosticado con seis meses de vida, lucha por contar su desgracia a los demás, sólo para caer, él también, en un adulterio irrelevante. La hija mayor envidia el cuerpo, al parecer memorable, de una compañera de clase, con la cual se obsesiona. El hijo menor, solitario, hace migas con cierto número de almas en pena que deambulan por el barrio, a quienes nadie más ve. El abuelo, enamorado de una viejecita interna en una casa de reposo, decide un plan desquiciado para hacerla suya. La mascota de la familia, atormentada por la inopia de su vida amorosa, huye de casa en busca de pareja. Trece, El sexto sentido, El hijo de la novia, La dama y el vagabundo: Roncagliolo da la impresión de vivir muy cerca del Blockbuster, metafórica y literalmente. Sus materiales vienen de allí; su obra parece destinada a regresar allí. Esto a pesar de que su lenguaje no tiene la fluidez cinemática de sus fuentes, sino la indecorosa rapidez de los trailers y los previews. Roncagliolo no elabora a partir de esas historias conocidas; las resume, las vuelve esqueletos; hace más consumibles unas fábulas que ya son de consumo masivo.

Ésa, sin embargo, no es la mayor objeción que se le debe oponer a Pudor. Hay un punto en que la novela amaga una saludable cualidad crítica ante la sociedad peruana. Sus protagonistas, miembros de la enflaquecida clase media limeña, son ironizados por una voz narrativa que parece distanciarse de sus temores pequeñoburgueses. Los personajes habitan un vetusto complejo de edificios por cuyos jardines transitan con la fantasía de hallarse en alguna gran urbe del primer mundo; sueñan con una grandeza que no les es cercana. Pero la novela sólo es capaz de ironizar ese elenco de ilusiones anacrónicas cuando de tal ironía puede extraer un golpe súbito de humor. Apenas la narración olvida el humor, la ironía enflaquece, y el relato mismo parece producido por cualquiera de esos individuos que hasta hace un minuto habían sido sus víctimas. Sólo hay dos momentos en que Pudor permite que alguien ajeno a la clase media tradicional de sus personajes centrales se enrede con ellos. En el primer caso, se trata de un hombre (“Lucy se preguntó si era chofer o guardaespaldas de alguien”) que abusa sexualmente de la protagonista. En el segundo, es una secretaria con la que el jefe se acuesta pese a juzgarla fea —“deforme”—, y con la cual el acto sexual se vuelve un infierno. No hay ironía en estos pasajes: cada vez que los protagonistas se atreven a abandonar la burbuja represiva de su inmaculada, aunque ruinosa, clase media, la osadía les cuesta caro: el hombre resulta un cuasi violador; la mujer, una vengativa delatora. La mayor metáfora de la novela, la más completa y la más efectiva, es ésa, y es involuntaria: así como el niño ve fantasmas que circulan por las calles de “la residencial”, los adultos sufren la indeseable invasión de estos otros espectros —intrusos, nocivos, surgidos de la otra clase media emergente de Lima, la de origen popular—, figuras que, fuera del barrio microcósmico, pueden compartir con los protagonistas unos mismos espacios de la ciudad. Son, casi literalmente, los fantasmas del “desborde popular”, que inquietan las pesadillas de la clase media limeña. Como ocurre con las ficciones de otros escritores peruanos más o menos recientes (pienso en Jaime Bayly, por ejemplo), el defecto clave de Pudor es la facilidad con que vuelve consumibles y divertidos los prejuicios de la clase media tradicional del Perú. Entre todos ellos, que desandan lo avanzado décadas atrás por Ribeyro, Bryce, o el primer Vargas Llosa, Roncagliolo quizás sea el más conservador: la salvación de sus personajes sólo es posible en el encierro hermético. El contacto con los demás implica un riesgo demasiado alto.

23 comentarios:

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Si yo me dedicara a borrar mensajes ajenos, censurar tonterías o vetar trivialidades, el mensaje colocado por este Christian sin apellido habría sido borrado de inmediato. Sin embargo, aquí queda, como seña del esfuerzo intelectual de su autor por articular un párrafo completo.

Rescato de sus palabras una cosa en la que tal vez tenga razón: es posible que hablar de la novela de Roncagliolo sea ya extemporáneo. Hay libros que se vuelven obsoletos a la semana de publicados. La censura, en cambio, nunca pasa de moda.

En este caso, los mensajes que borré eran spam, y las suspicacias gratuitas de Christian sin apellido quedan sobrando.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

¿Y MEMORIAS DE MIS PUTAS TRISTES?

En verdad es curioso. También es llamativo cómo, en muchos lugares del mundo donde el trabajo infantil está estrictamente prohibido, nadie discute la participación de niños en películas. Parece que ciertos negocios, ya sea en función de su prestigio artístico, o simplemente gracias al volumen del dinero que involucran, están en capacidad de encontrar excepciones en la ley.

Cabe preguntarse qué pasa con casos como el del último libro de García Márquez, "Memorias de mis putas tristes", en donde el arte y el prestigio del premio Nobel parecen ser el vehículo perfecto para dar legitimidad social a una defensa de la pedofilia y a una cariñosa elegía de la prostitución.

Por supuesto, el mío no es un alegato en favor de las censuras, sino apenas una crítica a la incoherencia tanto de ciertos sistemas legales como de ciertas presunciones culturales sobre qué es aceptable y qué no.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

A Christian (ahora apellidado Díaz Cordero) debo explicarle algo: si su comentario inicial hubiera contenido algún tipo de argumento, habría respondido yo con argumentos.

Pero no había ninguno. Sólo había en él una acusación falsa y gratuita (según la cual yo había censurado los comentarios de alguien en el blog) y la observación no sustentada de que mi reseña era "pobre en términos de análisis y comentario".

Si tiene él a bien justificar su intervención con ideas, estaré encantado de responder. Esa es precisamente mi intención al colocar la reseña en este blog.

Daniel Flores Bueno dijo...

Comparto la opinión de Christian Díaz Cordero respecto a responder a los comentaristas con menos mala leche.

Respecto a la novela, me parece que nos es una obra maestra, pero tiene un ritmo que otros libros ya quisieran tener. La atmosfera también es convincente y los personajes me parecen frescos y no zombis recusitados de una película de Blockbuster. Es curioso como un mismo libro puede ser percibido de una manera tan diferente. Igual respeto su crítica.

Lo único que me llama la atención es lo extemporaneo. Si pensaba que lo novela era tan, pero tan mala ¿para qué tomarse el trabajo de demolerla a destiempo?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Pues yo creo que hay un gran problema, que excede el tema de mi post e incluso excede el contenido de estos comentarios, y que es el tema detrás de todo este asunto: no es cuestión de "tener buen ritmo", ni cuestión de "escribir bien", la literatura no es cosa de tener buen oficio con las palabras, es cuestión de las ideas detrás de las palabras. O, para ser más preciso, es construcción de sentidos mediante el lenguaje, no es un puro derroche de lenguaje. Cualquiera puede "escribir bien", pero no por eso es un escritor de valor.

Y mi comentario sobre Pudor nunca niega el oficio del narrador; yo crítico las ideas de la novela, no el ritmo (de hecho, elogio el ritmo y la estructura general de la narración).

Sobre lo otro: yo no he escrito el artículo sobre Roncagliolo ahora, lo escribí cuando el libro acababa de ser publicado. Y lo escribí por un pedido directo de la revista española Lateral (estoy seguro de haber explicado todo esto). Pedirme que no lo publique, pedirme que, para no ser extemporáneo, me quede callado, es lo mismo que decirme: mala suerte, te censuraron un artículo por una cuestión de intereses personajes, argollas y amistades, y mejor no te quejes.

Actitud muy peruana, por cierto, lamentablemente.

Daniel Salas dijo...

Sí, pues. Me acabo de dar cuenta de que nuestro blog sobre Borges es un poco extemporáneo.
Yo creo que, si en efecto, pensamos que un comentario sobre un libro ya es extemporáneo, eso prueba que el libro mismo ha perdido todo valor y ni vale la pena hablar de él.
A mí me cansa un poco que se diga que un escritor es bueno porque tiene ritmo o buen oído. Entiendo que, para muchos, eso es "tener oficio". Esta es una condición mínima, tal vez, pero no es suficiente. La literatura no consiste, y nunca ha consistido, en "escribir bonito". Como a Piglia, me gustan algunos escritores que "escriben mal", como Roberto Arlt, por ejemplo. De hecho, una mis intuiciones sobre la narrativa peruana reciente es que ha caído en la trampa de "la palabra justa" y se está olvidando de las ideas. Una estructuración narrativa que no sea lo suficientemente compleja como para crear mundos alternativos iluminadores o alucinantes no me interesa.
Otra cosa: no veo por qué el blogger deba ser cortés con quienes no lo son con él. Quien quiera entrar en el juego de la cachita no se puede quejar. Es como meterse al carnaval y quejarse de que lo mojen.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

De acuerdo. Flaco favor se le hace a un autor cuando se dice que esribir sobre una novela suya es "extemporáneo" apenas unos meses después de publicada la novela. Imagino que, si es extemporáneo escribir sobre ella, entonces leerla debe ser una excentricidad pasatista, una muestra de ociosidad.

Tampoco comprendo eso de que, si uno cree que un libro es fallido, o simplemente malo, es una pérdida de tiempo escribir sobre él. Me pregunto por qué, en este aspecto, la literatura debiera ser diferente de cualquier otra actividad humana. ¿Es una pérdida de tiempo comentar una ideología errónea, o hablar de un prejuicio dañino, o de un error médico, o de una injusticia policial? Obviamente no.

¿Es una pérdida de tiempo, por ejemplo, que Juan Marsé se tome el trabajo de apuntar la poca calidad de las novelas que ganaron el último premio Planeta en España (ver al respecto el blog de Iván Thays)? No es una pérdida de tiempo, si eso ayuda a depurar el mercado editorial español, a prevenir que malos libros sigan entregándose al público como si fueran joyas literarias, a distinguir la baratija lingüística, por un lado, del arte literario, por otro.

Por último: el fetiche del "ritmo". El ritmo es simplemente una función narrativa; un ritmo trepidante, una agilidad endiablada, puede ser adecuada para expresar unas cosas, e inadecuada para otras. No es falso decir que Sebald y Proust no tienen el "ritmo" de Bayly y Roncagliolo. ¿Y qué? Tampoco César Cueto, el poeta de la zurda, tenía la rapidez de Balán González, el poeta de la absurda. Pero pensaba mejor.

Los Tumis dijo...

¿Es entonces Roncagliolo el Balán González de la literatura peruana?. Yo soy hincha de la U y me acuerdo con cariño del negro, por lo cual no me parece que se le haga justicia con esa comparación. Balán González, al menos de mi parte, será recordado por mucho tiempo, y no creo que sea extemporáneo hablar de él.
Tumi sin apellido.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Como dije, "Christian", estoy muy dispuesto a responder sus argumentos, tan pronto como exponga alguno. Ahora mismo, sus acusaciones disparatadas han dejado de ser graciosas para volverse, más bien, aburridas. No voy a borrar sus comentarios, porque no es mi estilo, pero le ruego que no regrese a este blog hasta que no tenga alguna idea que aportar.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

ESCRIBIR BIEN / TOCAR BIEN

Daniel: es larga la lista de esos escritores que "escriben mal", incorrecta y descuidadamente, y son, sin embargo, sumamente interesantes cuando no simplemente estupendos. Roberto Arlt, Mario Levrero, Juan Emar, Felisberto Hernández, en el Cono Sur; José María Arguedas o Miguel Gutiérrez, entre nosotros; etc.

Un maestro reconocido, a quien lectores de su idioma natal suelen considerar imperfecto y falto de pericia lingüística es ni más ni menos que Dostoievski. Eso para no recordar que a Cervantes se le tachó de lo mismo por mucho tiempo, y no sin razón, si uno piensa en las cumbres estilísticas de sus contemporáneos.

Un caso distinto pero cercano: a raíz de su último disco, Chaos and Creation in the Backyard, Paul McCartney cuenta en una entrevista que por mucho tiempo se dedicó a detectar y seguir la pista de las guitarras que más rápidamente se desafinaban; normalmente, eran guitarras de gran precisión, construidas para ejecutar con ellas exclusivamente pequeñas piezas clásicas cuyos movimientos no excedieran los dos minutos. McCartney usa esas guitarras en canciones que duran cuatro o cinco minutos, con la intención explícita de que los instrumentos se desafinen durante la canción, y le otorguen al sonido cierta suciedad, cieto aire de cansancio, cierta sensación de falibilidad que no es posible obtener con instrumentos demasiado bien afinados... En efecto, "tocar bien", como "escribir bien", no siempre es lo que quiere un artista.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Claro, Luis Hernán, no pretendo desconocer el valor de la forma, ésa es una discusión agotada hace décadas, del mismo modo que está claro que, en la literatura, dos formas distintas implican dos ideas diferentes.

Sólo quiero anotar que juicios del tipo "fulano escribe bien" son aprobaciones en función de reglas ("fulano escribe con corrección"; "dados mis estándares y mi idea de que la literatura debe divertir, y fulano es entretenido, entonces fulano es bueno", etc). Mientras que en el arte, al menos desde el barroco, imagino (pero en eso Daniel nos podrá ilustrar mejor) el valor está puesto en la trasgresión de la regla, no en la corrección de su uso.

Daniel Salas dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Daniel Salas dijo...

Precisamente, ayer estaba pensando en Góngora, a propósito de esto de escribir mal; si bien Góngora no era propiamente un barroco sino un manierista (y sobre esto voy a poner luego más detalles mi blog "Terra Quadrata", lo prometo). Góngora, de hecho, escribía horrible, pero esa era la única manera de estructurar su visión decadentista del Imperio y el problema del lenguaje y el deseo. Jáuregui utilizaba palabras como "cagada", "mierda" y "mahometano" para referirse a la escritura "Las Soledades". De hecho, recordemos que "culterano" quiere decir "culto" y "luterano", es decir, un lector (y un escritor) malo y desviado.

El odio que contra él sentía uno de los mejores prosistas de la lengua castellana, como Quevedo, tiene que ver, sin duda, con esto. Quevedo ha sido el máximo estilista, pero fue incapaz de crear un mundo que alguien pueda recordar. No lo dije yo primero, como saben.

Para los despistados: yo mismo he borrado la primera versión de este mensaje cuando me di cuenta de que "la escribí mal".

Daniel Flores Bueno dijo...

Daniel Salas cree que la riqueza literaria no radica en el dominio del oficio ("incluso se puede escribir mal", dice) sino en las ideas y en la estructuración narrativa.

Dicho sea de paso he escuchado decir a muchos que Dostoievski escribía mal, pero las veces que me he topado con sus libros no he podido dejar de leerlos hasta el final. ¿Decir que escribía mal no será un juicio de valor? Considerando que Dostoievski es un escritor que atrapa a muchos lectores como yo.

De otro lado creo que si la estructura narrativa es fallida no hay ritmo. Sin este se avanza lento o no se avanza. Lo mismo pasa con la exposición de las ideas. Si no seducen al lector a través del manejo del oficio, no sirven de mucho.

Escritores malos e ideas sorprendentes no creo que sean una buena suma para producir gran literatura.

Finalmente no creo que el ritmo lo sea todo. Es obvio que una buena novela es la suma de varios aciertos. A mi juicio esos aciertos comienzan por el manejo de ese ADN de la literatura que es la palabra. Forma y fondo como una unidad.

La palabra como las notas musicales pueden tener un ritmo rápido o lento, pero hay finalmente un ritmo. Lo mismo pasa con el oficio, tan menospreciado, es básico para crear cosas como Chaos and Creation in the
Back Yard a propósito de McCartney.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

No, no, no... Daniel Flores Bueno, no estás entendiendo lo que queremos decir, al menos lo que yo quiero decir. (Y no sabía que leyeras ruso, porque en una traducción no entiendo cómo podrías captar exactamente cuál era el manejo del ruso que tenía Dostoievsky).

Hay un ejemplo que puede ser interesante. Ricardo Piglia está entre las decenas de críticos que coinciden en que una de las virtudes de Roberto Arlt era la incorrección de su prosa.

Más de una vez, sostuvo que Arlt había aprendido a escribir leyendo a Dostoievsky en las pésimas traducciones de (si no me equivoco) la Editorial Tor. Teniendo en cuenta que, según cuentan los hablantes de ruso, el lenguaje de Dostoievski era ya bastante incorrecto, lo de Arlt, al leerlo en esas versiones y modelar su estilo a partir de eso, era una incorrección a la enésima potencia.

Piglia escribió una ficción en la que alguien descubría un manuscrito inédito de Arlt. E incluyó el supuesto manuscrito como un anexo a su texto.

¿Cómo creó ese manuscrito apócrifo? Sencillo: trabajó sobre textos de Dostoievsky mal traducidos, cambio detalles, pegó y cortó, y el resultado fue un cuento con una prosa increíblemente cercana a la de Arlt. Está publicado y puedes leerlo.

En ese caso no hay duda de que la escritura era incorrecta, porque todos los materiales eran incorrectos. Pero el cuento es bueno. Es buenísimo.

La incorrección puede, en efecto, ser un rasgo estilístico positivo, si es adecuada a las ideas y al fondo ideológico de la ficción así escrita. Esa es la idea que quise explicar, también con el ejemplo de McCartney y sus guitarras desafinadas al propósito.

Lo que está sobrevalorado, notablemente, es la idea de que "escribir bien", en el sentido de escribir correctamente, distribuir bien los materiales, etc., es suficiente para dar a luz una obra literaria de valor.

Daniel Salas dijo...

Aclaro que no quise decir exactamente que la técnica literaria no consistiera en el dominio del oficio.

Quise decir que normalmente escucho que se dice de alguien que "tiene oficio" simplemente porque puede estructurar uno o dos párrafos con gracia. Hasta del cretino de Aquiles Cacho he leído que escribe con "cierto oficio". En ese sentido, "escribir bien" es una práctica que puede ser ejecutada por muchos.

Otra cosa importante: Es difícil separar las ideas de las palabras. Si tienes una buena idea, eso significa que tienes una manera de decirla. Pero a veces una buena idea implica romper la norma, quebrar el lenguaje. Un ejemplo es Góngora, otro sería Vallejo. En ambos poetas el lenguaje llega a ser el gran protagonista del poema y en esto consiste su modernidad. Pero este aspecto protagónico del lenguaje no es, de ninguna manera, un aislamiento del mundo. Si llegas a la convicción de que el hombre está solo con su lenguaje, las consecuencias son devastadoras, comenzando por el hecho de que la experiencia es indesligable del lenguaje. Así que no pienso que el trabajo con el lenguaje sea trivial. Sí creo, en cambio, que sería interesante ver más escritores que asuman las consecuencias extremas de este trabajo con el lenguaje y que pueden implicar dejar de lado la meta de "escribir bonito".

Irredento Urbanita dijo...

y luego de la discusion sobre la censura que viene?

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Pues, tú dirás.

G.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Yo lo he dicho ya varias veces en estos comentarios: los críticos rusos, los que leen a Dostoievsky en su idioma, suelen coincidir en que su manejo de la lengua rusa es deficiente, en el sentido de frecuentemente incorrecto. Y por cierto, sin ironías, es verdad: cualquier buen traductor debería conservar ese rasgo en sus versiones, porque no se trata de corregir al artista, sino de dar una idea suficientemente fiel de su escritura.

F dijo...

todo lo expuesto de la narrativa
no se aplica necesariamente
a la poesia


(y creo que aqui solo hablan de narrativa, cierto?)

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Me refería a "escribir correctamente", desde un punto de vista formal, estilístico.

Anónimo dijo...

Alguien podría decir que es escribir mal, o feo

Anónimo dijo...

Tal vez escribir mal y feo sea "Mi madre me sopesó con sus manos, sabiendome que yo era el que la desdeñé a mi novia."
Y escribir bien sería.... ¿?