23.3.06

Shakespeare y la máquina del tiempo

La segunda parte de la Conversación entre nuevos narradores peruanos que publica Miguel Ildefonso en Cyberayllu tiene bastante menos interés que la primera. Quizá lo único digno de lectura sea la sección final, en que los autores refieren sus proyectos actuales.

Hay una media docena de alusiones a este blog, y a mí, algunas precisas y otras no (no sé cuántas veces deberé repetir que mi comentario sobre Roncagliolo y su Perú miraflorino nada tiene que ver con ninguna de sus novelas).

También hay una cerrada defensa, de parte de
Carlos Gallardo y Alexis Iparraguirre, del derecho a la infamia de los infames (el derecho al insulto anónimo, el derecho a la difamación anónima, el derecho a la arenga racista anónima, el derecho a la convocatoria genocida anónima, etc).

Según
Iparraguirre, publicar comentarios antisemitas, racistas, progenocidas, bajo seudónimo, en Internet, no convierte a nadie en un inmoral; según el mismo Iparraguirre, los comentarios de ese tono escritos en contra mía, albergados por un atribulado Gallardo en su propio blog, son sólo bromas de gente buena y mansa que anda de joda. Iparraguirre parece creer que, en verdad, los usos inmorales del lenguaje son creativos, divertidos, incluso graciosos.

Por eso le debe de resultar tan ridícula la corrección política y por eso se le antoja tan loable trasgredirla, como parece implicar en este pasaje: "Habrá que recordar que la incorrección política ha dado grandes obras literarias. De hecho,
El mercader de Venecia es furiosamente antisemita".

Yo no soy un abogado a rajatabla de la corrección política (aunque pienso, sí, que en sociedades como ésta en la que vivo, son claramente mayores sus logros que sus defectos). Sí soy abogado, en cambio, de la idea de que los profesores universitarios de literatura deberían pensar mejor antes de decir cosas como esa que afirma
Iparraguirre.

"La incorrección política ha dado grandes obras", dice. ¿Y el ejemplo que propone?
El mercader de Venecia, porque es "furiosamente antisemita". He intentado, de muchas formas, darle a esa afirmación un sentido coherente, y me ha resultado imposible.

A primera vista,
Iparraguirre parece decir que Shakespeare escribió El mercader de Venecia como una reacción a una serie de postulados político-ideológicos que aparecieron casi cuatro siglos después de su muerte. No tengo que explicar que algo anda mal en esa idea.

Segunda posibilidad:
Iparraguirre parece decir que el antisemitismo de Shakespeare era un discurso contestatario ante una ideología hegemónica de su época. En otras palabras, que el discurso oficial inglés de finales del siglo dieciséis rechazaba el antisemitismo y que Shakespeare, en El mercader de Venecia, se colocaba en una posición disidente debido a su postura antijudía. No es necesario aclarar que eso es radicalmente falso y que el antisemitismo shakespeareano reproducía con precisión un lugar común de su tiempo.

Tercera posibilidad:
Iparraguirre ha querido decir que El mercader de Venecia es una pieza extraordinaria a pesar de su evidente antisemitismo. En eso podemos concordar todos (aunque no necesariamente: hace apenas un año tuve una discusión, y una discrepancia, con Jonathan Culler acerca de un artículo que ambos evaluamos para la revista Diacritics, en el que se matizaba mucho el antisemitismo de la obra). Si eso es lo que quiso decir Iparraguirre, hay que señalar que la mención a la corrección política no tiene sentido y que no pasa de ser un adorno inatingente.

Cuarta posibilidad:
Iparraguirre cree que el antisemitismo de la pieza es uno de los orígenes de su grandeza. Si esa fuera la explicación, la idea detrás de la afirmación sería doble: primero, que la transgresión moral puede originar grandeza estética (hasta allí no tengo objeción), pero también que el contenido "incorrecto" (incorrecto a ojos de un lector del siglo veintiuno) es lo que da origen a la gran obra (recordemos una vez más la frase: "la incorrección política ha dado grandes obras"). Esa última parte merecería una explicación mayor.

Y, por último, me pregunto por qué decir, simplemente, que el antisemitismo es "políticamente incorrecto"? ¿Por qué negarse a decir que es, ante todo, inmoral, como cualquier otra forma de racismo, xenofobia o segregación?

Creo que esa pregunta es importante por un motivo fundamental: quienes satanizan la corrección política han llegado a un punto ciego en que se niegan a hablar de lo moral y lo inmoral, y reemplazan ambos términos por versiones caricaturescas: sus propias definiciones degradadas de "lo políticamente correcto" y "lo políticamente incorrecto". Y al hacer ese reemplazo, pierden la capacidad de hablar de moralidad e inmoralidad, por temor a caer ellos mismos en el terreno que caricaturizan.


Fotomontaje: gfp

2 comentarios:

PVLGO dijo...

Si la corrección política es hermana del protocolo, las buenas maneras y la formalidad, pues facilita las relaciones entre extraños, entonces su necesidad es más que evidente y también lo es la necesidad de prescindir de ella si es que se convierte en un obstáculo para la franca expresión de ideas y sentimientos. Concuerdo en que no hay q hacer un fetiche ni de la corrección política ni de la incorrección política, ni de nada q tenga q ver con la conducta humana, a fin de cuentas. ¿No dijo Ortega y Gasset algo así como q ser de izquierda o de derecha es solo una de las tantas maneras que un hombre puede elegir para ser un imbécil? Yo estoy de acuerdo y lo mismo aplica a todo extremismo, en otras palabras, a toda carencia de matices.

Miguel Rodríguez Mondoñedo dijo...

Me han sorprendido mucho los términos de esa discusión entre escritores. ¿Cómo puede alguien esforzarse tanto en defender lo indefendible? No creo que nadie haya reclamado nada en nombre de la corrección política, que no tiene aquí la menor relevancia. El problema de usar expresiones antisemitas no es simplemente que “jode” a cierto grupo de personas, es que se están tomando prestados inequívocos elementos de un discurso que ha sido y es explícitamente violentista, y que tiene más de mil años de práctica discriminatoria, con un uso sistemático de la violencia (en todas sus manifestaciones, incluido el asesinato), a pequeña, mediana y gran escala. A cualquier persona que haya examinado siquiera brevemente la trayectoria del antisemitismo le debería resultar claro y distinto que es imposible usar ese discurso sin conectarse con su abominable derrotero. En ese sentido, justificar el uso de una expresión antisemita bajo el argumento de que se hace “solo por joder”, es el equivalente de ir a asaltar un banco con una pistola sin balas, y decir, luego de ser capturado por la policía, que era “solo por joder”.

Por otra parte, es imposible pasar por alto ese mal retruécano sobre El Mercader de Venecia. El hecho de que sea una gran obra no es motivo suficiente para justificar su antisemitismo. Puedo admitir que sea posible admirar esa obra y al mismo tiempo condenar su antisemitismo (no otra cosa hace, por ejemplo, Harold Bloom en La invención de lo humano), pero es inaceptable que se intente justificar el antisemitismo en general bajo el argumento de que esa gran obra (como muchas otras) es antisemita. Y todavía mucho más atroz me parece que se intente usar el antisemitismo de El Mercader de Venecia como una justificación para la andanada de insultos racistas que pueblan otros blogs.