30.9.07

Comentarios heterosexuales

(El negacionismo es una forma de asesinato)

Aunque no suelo publicar posts que sean sólo la reproducción de textos ajenos, a veces las circunstancias lo ameritan: Abelardo Oquendo ha colocado en su columna de hoy en el diario La República una de las prosas que conforman el libro Hechos inquietantes, del argentino J. Rodolfo Wilcock, y lo ha yuxtapuesto a las recientes declaraciones homofóbicas del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, acerca de la inexistencia de homosexuales en Irán (como recuerda Oquendo, en Irán la homosexualidad se castiga con la pena de muerte: otro de los rasgos revolucionarios del "gran luchador antiimperialista").

Coincidentemente, yo no sólo acababa de publicar ayer, aquí, un comentario sobre el tema de Ahmadineyad, sino que, además, esta misma semana he leído el libro de Wilcock que Oquendo menciona: él, aparentemente lo ha leído en el italiano original (1992), del cual debe haber hecho la traducción que consigna en La República. Yo lo conozco en la edición en español de Editorial Sudamericana (1998), en traducción de Guillermo Piro.

Hechos inquietantes, o Fatti inquietanti, es una colección de prosas escritas a partir de noticias aparecidas en diarios (algo sumamente próximo, dicho sea de paso, al libro El imitador de voces, de Thomas Bernhard, del que les hablé hace unos meses; ambos son igualmente buenos).

Transcribo a continuación la versión que publica Oquendo:

Comentarios heterosexuales

Cuando se comenzó a discutir seriamente en Inglaterra la cuestión de la ley contra los homosexuales, en 1954, un viejo lord intervino en la Cámara y declaró que, aun cuando tenía ochenta y dos años, nunca, en toda su vida, había sido solicitado con fines amorosos por otro hombre: esto demostraba que el problema debía ser una pura invención de estetas y literatos.

Apenas publicado el informe Wolfenden (en el que se recomendaba atenuar los rigores de la mencionada ley) el informe fue comentado en el programa Debate, de la BBC, por dos conocidos parlamentarios, uno laborista y otro conservador. Ambos representantes del pueblo, que por lo general discrepaban en casi todos los temas en los que intervenían, estuvieron de acuerdo en que el proyecto de reforma era escandaloso y no podía ser aprobado por el Parlamento, pues significaba un paso tremendo hacia el reconocimiento de la decadencia británica. El diputado laborista confesó con orgullo que ignoraba todo lo relativo a la homosexualidad, ya que se trataba de un problema limitado exclusivamente a la clase aristocrática.

El empleado de la BBC que dirigía el debate le hizo notar que, según las estadísticas, el mayor porcentaje de homosexuales se encontraba entre los obreros del Lancashire. El diputado laborista sostuvo entonces, firme y violentamente, que ningún obrero es homosexual, diciendo que lo sabía por experiencia propia; la estadística era una mentira: se habían visto casos de estadísticas falsas.

(Sobre Wilcock he escrito alguna vez en Puerto Aéreo. Otros cuentos suyos pueden hallarlos aquí).

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