29.9.08

Respondiendo al profesor Huamán, 6 y 7

Sobre Said y el regreso de las transnacionales

(Viene de aquí)

De inmediato, el profesor Huamán, extraviando el hilo de su especulación, vuelve sobre el tema del mercado. Escribe:

“Conviene recordar a un autor que Faverón ha leído y cita profusamente: Edward Said. Este alerta sobre el peligro de validar la ideología dominante al ejercer la crítica, pues entiende que, al proceder de ese modo se aparta de su función frente a la cultura dominante y deja al público abandonado: «en manos de las fuerzas del libre mercado, las corporaciones multinacionales y las manipulaciones de los apetitos del consumidor»”.

En efecto, la observación de Said es irrefutable, entre otras cosas porque es un truismo: el ejercicio de la crítica puede fácilmente deslizarse hacia la legitimación de una ideología dominante, refrendando sus principios y validando sus presupuestos, así como puede revisarlos, criticarlos y desmontarlos (justamente lo que hace Said con las nociones fundamentales del orientalismo). Pero esto último no sería capaz de lograrlo un crítico si no atiende a los discursos y las formas de representación que constituyan las líneas adversarias del pensamiento dominante.

¿Cómo conciliar, entonces, ese llamado de atención del profesor Huamán con su crítica ante el hecho de que Toda la sangre incluya y estudie relatos escritos desde el marxismo e incluso desde el comunismo radical, así como reúne textos construidos desde la derecha conservadora y otros reconciliables con las posturas de la CVR? ¿Cómo podría un crítico evitar la legitimación de los discursos hegemónicos, cualquiera que estos fueran, si eludiera la responsabilidad de considerar y evaluar los discursos contrahegemónicos, amparado en una convicción moralizante y censuradora como la que propone el profesor Huamán? Y, por último, ¿cómo es que la inclusión de textos escritos desde posturas contrahegemónicas podría validar los intereses de “las fuerzas del libre mercado y las corporaciones transnacionales”?

Lo que el profesor Huamán se niega a comprender es que, en el Perú, la escritura y la necesidad de lectura y discusión de obras literarias referidas a la “violencia política” no ha sido un producto de ningún mercado y menos aún de las manipulaciones de alguna transnacional, sino la respuesta esperable en un país que intenta comprender, ansiosa, angustiosamente, los orígenes de la guerra interna y sus secuelas. ¿Acusaremos a Primo Levi de lucrar con el Holocausto? ¿A Cabrera Infante de hacerlo con el asesinato masivo de indígenas en la conquista? ¿A Ricardo Piglia y Rodolfo Walsh de colaborar con el mercado en la explotación del tema de las dictaduras argentinas?


Sobre los científicos sociales y la “falacia referencial”

Sostiene el profesor Huamán que la alusión en mi ensayo al trabajo de estudiosos del fenómeno de la guerra interna como Gonzalo Portocarrero y Carlos Iván Degregori “refrenda, tal vez sin proponérselo, dos típicos errores de los científicos sociales cuando enfrentan la literatura: la falacia referencial y el determinismo positivista”.

Y continúa en esa línea:

“Tomar el discurso literario como un documento que refleja directamente la realidad, y la práctica de creación verbal como un uso referencial que brinda información directa de los fenómenos sociales son concepciones que empobrecen radicalmente el fenómeno estético-literario”.

Hace muy mal el profesor Huamán en llamar “falacia referencial” al fenómeno que intenta describir. El lenguaje literario es tan referencial como cualquier otro; si no lo fuera, los textos producidos en él y mediante él no tendrían jamás una relación ni empírica ni significativa con el mundo sobre el cual escriben sus autores. La guerra del fin del mundo no se referiría al conflicto de Canudos y “El marqués y los gavilanes” no aludiría al desplazamiento de la aristocracia y la oligarquía ante la movilidad social de la nueva burguesía en el último tercio del siglo pasado en el Perú. Es más, esas obras ni siquiera podrían leerse como reflexiones sobre problemas sociales o políticos en general, dado que la sociedad no es un objeto ficcional, sino un objeto exterior al discurso que alude a ella.

Lo que el profesor Huamán pretende denunciar es algo distinto, algo que el crítico Daniel Salas propone llamar “falacia mimética”, es decir, el engaño implícito que supone la lectura de una obra ficcional como si el mundo diegético fuera idéntico al mundo real; sus estructuras, equivalentes; sus sucesos, reflejos puntuales y exactos. Está claro que ello acarrearía la confusión acrítica más ingenua: tomar la ficción como si fuera la realidad, reaccionar ante la novela como si fuera el mundo: implicaría la obliteración quijotesca de los límites entre lo real y lo simbólico.

Pero igualmente absurdo es creer que un texto literario no supone ninguna postura crítica ante la realidad, que no involucra una posición ideológica y una propuesta de comprensión de los mecanismos del universo al que alude, y que ni siquiera es capaz de referirlos. Los ríos profundos no es el (imposible) retrato objetivo, aséptico y limpiamente biunívoco de un sector de la sociedad andina, pero sí sugiere una versión de la problemática estructura social, cultural y política de esa franja del Perú, mediada por la construcción intelectual y estética que Arguedas operó sobre ella, entre otras cosas, para mejor entenderla. Leer la novela desde esa óptica no es caer en falacia alguna: es restituir a la obra su propósito, insuflarle la misma vida que el autor quiso depositar en ella.

El ensayo que abre Toda la sangre no defiende nunca la idea, que el profesor Huamán me atribuye, de que los cuentos antologados representan una imagen fáctica real y que miméticamente reconstruyen y describen la complejidad del fenómeno de la guerra interna. Todo lo contrario: el ensayo insiste en la perentoria y constante oposición de los discursos enfrentados, en la contradicción de los puntos de vista, en la singularidad política de cada texto, en sus desavenencias y sus contrariedades. ¿Cómo podrían “El mural” de Oswaldo Reynoso y “Pálido cielo” de Alonso Cueto considerarse ambos, simultáneamente, representaciones equivalentes y miméticas del asunto de la guerra interna, si sus posturas son estéticamente irreconciliables, sus posiciones de clase, divergentes, y sus concepciones del conflicto se originan en antípodas del espectro político? ¿Cómo podrían ser igualmente miméticas dos versiones tan diametralmente contrapuestas de la historia?

Justamente, es para escapar de la “falacia mimética” que un crítico que estudia la representación de la violencia política debe recurrir a los hallazgos de las ciencias sociales: porque su forma de aproximación al fenómeno es fundamentalmente distinta, porque le permiten al crítico un catalizador y un contraste entre las versiones ficcionales del tema y los descubrimientos y racionalizaciones de la sociología y la antropología. Porque una vez que se acepta que las obras sí refieren al fenómeno real, aunque no sean un reflejo preciso de él, ni mucho menos su recuperación totalizadora, sino su reinstauración ficcional, divergente y necesariamente parcial, el crítico está obligado a conocer, tan minuciosamente como le sea posible, el tópico al que las ficciones aluden, tal como ha sido estudiado desde las ciencias sociales y las humanidades: es simplemente un compromiso intelectual, que alejará al crítico de la posibilidad de confundir representación con calco, y un compromiso ético, que le evitará el desbarro de hablar sobre lo que desconoce.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

AYYAYAY, Huamán hace referencia a peirce y especialmente a Eco, con eso de Falacia referencial y tú prefieres la "propuesta" de Daniel Salas, que tampoco es de él.
Ay, pucos, por qué serán así. Suerte perra del perú que ustedes tengan los recursos para aparecer por delante de gente más interesante, ilustrada y comprometida.
Y Mary Barnard, perdona la malcriadez, pero por qué no buscas bien en tu biblioteca en tu universidad gringa, o pides que compren ajos y zafiros, a ver si se dejan de estar llenando anaqueles con libros estúpidos de profesores igual de estúpidos que editan en los States, y así leen algo venido desde el mundo real de América latina.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

Peirce no define "falacia referencial" en ningún escrito que yo conoza, aunque entiendo a qué aludes. Eco sí lo hace, claro está, pero no el sentido en que el profesor Huamán parece tomarlo: para Eco, la "falacia referencial" es la idea (errada) de que el significado de un signo es determinado por el referente al que alude. Eso lo complementa con lo que él llama "falacia extensional": la idea de que el significado del signo es determinado por su extensión, es decir, por el conjunto de objetos a los que puede referir. Lo que Eco quiere decir es simplemente que el significado no necesita la preexistencia del referente y no necesita siquiera que el signo refiera para existir.

Entenderás que eso no es lo que dice el profesor Huamán. ¿No?

En todo caso, más parecido al sentido que tú crees entender es el de Riffaterre, que sí es de los que sostienen que un nombre propio dentro de una ficción no refiere a un objeto real fuera de ella. De eso hablé en un post de la semana pasada, en referencia a unas declaraciones de Oswaldo Reynoso.

Y, por favor, en vez de pedir disculpas por la malcriadez, trata simplemente de no ser malcriado. Es más fácil. Y te recuerdo que Pierce y Eco también son de esos "estúpidos" que publican en "los States".

Anónimo dijo...

un nombre propio en un cuento no refiere a ningún ser real? De dónde sacas eso, quieres decirme que el Napoleón de Guerra y Paz y el de Rojo y Negro no conforman ese Napoléon imaginario que todos compartimos? No es así como seconstruye el imaginario acaso? Ah claro, tú no lees a Lacan, solo gringos, ese el problema.

Gustavo Faverón Patriau dijo...

No soy yo el que lo dice. Es Riffaterre (francés, como Lacan, por si acaso). Yo no pienso eso. Y Lacan no estudia el problema de la referencialidad del signo en ninguno de los sentidos que se han mencionado aquí, ni habla de la consrtucción de "imaginarios" a partir del tema de la referncialidad de las ficciones. No tengo la menor idea de dónde has sacado eso.

Fernando Velásquez dijo...

sería lindo (sí, lindo) saber quiénes son estos patancitos que se ponen a enmendarle la plana a todo el que les pone algunas ideas delante, sin ni siquiera leerlas. sería lindo que dieran, si no la cara, al menos el nombre.

la crítica del profesor huamán parece haber sido escrita más con el afán de destruir el texto que comenta que con el deseo de empezar una discusión seria. puede ser ojeriza hacia su autor, o simplemente el autoritarismo que caracteriza a gran parte del mundo académico peruano. con dos dedos de frente, los que atacan anónimamente deberían estar agradecidos de la apertura de un espacio como puente aéreo. no es por reventar cuetes, sino que a veces el tono de algunos es excesivamente irritante.

Anónimo dijo...

Delicado colega Nando,
No haces lo mismo, atribuyéndole al Prof. Huamán una actitud que no tienes cómo probar sin generalizar de manera injusta? Has leído su trabjo, conoces el artículo en referencia? Tal vez no saber bien de qué habla Faverón sea lo que te irrita.

Fernando Velásquez dijo...

anónimo que me calificas: he leído al profesor huamán, por eso digo lo que digo. el artículo que gustavo critica la vengo conociendo mediante las citas, parciales, incompletas, pero párrafos enteros, que dicen lo que dicen. y me sorprende, porque en otros textos (artículos sobre vallejo y arguedas, o sobre la narrativa peruana contemporánea) huamán muestra inteligencia y rigor, aunque no siempre esté de acuerdo con él. aquí, por el contrario, hay moralina, mucha ojeriza y poca reflexión. en todo caso, gracias, tu comentario me permite aclarar que no se trata de descalificar a huamán, pero sí de señalar lo poco feliz de el texto en cuestión.