31.1.09

De mal en peor

El cuarto poder y el octavo mandamiento

Ante el problema promovido por Yolanda Vaccaro, la periodista mentirosa y lengualarga que acusó gratuitamente de maltratos xenofóbicos a un ciudadano español, y ante el descubrimiento de la falsedad de sus acusaciones, la prensa peruana y la blogósfera han quedado divididas en cuatro grupos principales:

a) Los que dijeron aquí algo huele mal y se pusieron a buscar versiones encontradas, hasta dar con la verdad. Ese grupo lo forman Paola Ugaz y Beto Ortiz, hasta donde sé.

b) Los que dijeron esta es mi oportunidad de hacer un escándalo, cocinaron vivo al sibarita español, le dijeron de todo y luego tuvieron que rectificarse.

c) Los que dijeron esta es mi oportunidad de hacer un escándalo, cocinaron vivo al mencionado, le dijeron de todo y luego no se rectificaron. Este grupo lo conforma en diario El Comercio.

d) Los que, sin investigar nada, sin confirmar nada, saltaron hasta el techo a condenar al español, y armaron una prepotente y matonesca campaña de hostilización en su contra, para luego rectificarse entre chistes fuera de lugar, como adolescentes inimputables. Ese grupo lo conforma Marco Sifuentes.

La nómina es espantosa, porque nos demuestra que, del cien por ciento de los comunicadores peruanos que reaccionaron ante los hechos, sólo dos individuos tuvieron el mínimo de pericia profesional necesario para hacer lo que se supone que cualquier periodista debe hacer.

Y para colmo, uno de esos dos es... ¡Beto Ortiz!, tradicional mancha de papilla en el babero de la prensa oligofrénica nacional. Como para que los demás pongan las barbas
muy en remojo.

¿Y El Comercio? ¿Qué hará? ¿Cuando exploten casos de xenofobia o de racismo en España, seguirá recurriendo, como auroridad en la materia, a su corresponsal estrella, Yolanda Vaccaro, luego de esta gigantesca demostración de deshonestidad?

Porque, ojo:
ella es quien ha escrito los informes sobre el tema que El Comercio ha publciado desde Madrid en meses y años anteriores... Como para tener confianza en el diario, ¿no?

No me gusta la ópera

¿Por ignorancia o por exceso de ciencia?

Hace poco una amiga me confesaba su gusto por la ópera con la misma culpa con que podría haberme revelado su fascinación por las antiguas novelas de Corín Tellado.

A mí, en cambio, la ópera no me atrae; en principio, de seguro, porque nunca he vivido en un lugar donde pueda disfrutarla sin mutilaciones ni pobrezar sensibles.

En Lima la ópera se conoce unas pocas semanas al año, si acaso, y librándose a la loteria de cruzar los dedos para que el par de montajes de la temporada no resulten demasiado pobres --y algunas veces han sido en verdad buenos.


Si los limeños tuviéramos que confiarnos únicamente a lo que vemos desde la platea para ir formando nuestra cultura operística, no pasaríamos de las veinte piezas en una vida.

(Quizá no estaría tan mal: unos cuantos siglos atrás un intelectual que hubiera leído más de cien o ciento cincuenta libros era un verdadero ilustrado).

La ópera en un equipo de audio, la ópera en dvd: todas son amputaciones, astillas, cuerpos incompletos, como ver un cuadro en la reproducción verdosa de un libro, o una película en ese lecho de Procusto inmisericorde que es la televisión.


Así que nunca he vivido en condiciones de conocer mucho sobre ópera. Y aun así lo digo: lo que conozco nunca me ha fascinado.


Por algún motivo, la ópera entró en declive como género musical antes de descubrir que también era un género dramático. En el reino de la música, la ópera ha dado centenares de joyas; en el reino del teatro, como dramaturgia, ha generado muy pocas.


Hasta hace un tiempo solía repetirme una definición de cursilería, o huachafería, en la que ya perdí confianza, pero que puede venir bien aquí: algo es cursi, huachafo, cuando su forma es tan excesiva que eclipsa o ridiculiza a su propio contenido.


La cortina de arpas y violines al inicio de una pieza romántica en un film musical; el retuntún de los tambores cuando la vieja actriz mexicana le dice al joven actor mexicano que en verdad ella es su madre; las dos decenas de adjetivos sobrantes en cada poema de Gustavo Adolfo Bécquer.

Los siete metros de cola en el vestido nupcial de Diana de Gales; cualquier orquesta sinfónica en cualquier disco de Luis Miguel; las columnas griegas en el estrado de Obama el día de la Convención Demócrata.

La ópera suele darme la impresión de ser ese mismo tipo de exceso: una huachafaería, las más sofisticadas melodías con las letras más lamentables, la música más inesperada con los diálogos más previsibles.


Gracias a Dios, existen el italiano y el alemán y poca gente en el mundo los habla: si todos comprendieran de inmediato lo que las óperas dicen, el contraste escandaloso entre la belleza de sus mejores melodías y la trivialidad de sus peores letras podría resultar en un choque anafiláctico mortal.

La ópera, entonces, tiene un universo de seguidores en vías de extinción, cercado por los que no gustan de ella porque creen que es demasiado compleja, elevada o intelectual, y los que no gustan de ella porque piensan que es muy desbalanceada, previsible y trivial.

(Problemas que han perseguido durante toda su historia a un género que siempre ha sido híbrido, siempre ha tenido un pie en las artes populares y uno en la alta cultura, sobre todo póstumamente, en siglos recientes).


Y también están los que, como mi amiga, saben todo esto pero están dispuestos a tomar lo que la ópera les quiera dar, excesos y
shortcomings incluidos.

La ópera, cuando apareció, en el paso del siglo XVI al XVII, fue un intento de resucitar el drama griego, hecho por una camarilla de intelectuales que, entre otras cosas, suponía que los coros de la tragedia eran musicales. Fue una intentona estrictamente académica y en extremo elitista.

Pero en sólo cuatro décadas se convirtió en espectáculo no sólo público sino además popular: las óperas venían de la esfera de la música academicista, pero eran pensadas para la atención de todo el mundo. Cuando el elemento popular, durante los siguientes dos siglos, fue decayendo hasta casi desaparecer, lo que quedó fue lo que había en el origen: un arte cultista y reservado de facto a unos pocos, aunque nada en él, en su estructura, hiciera necesaria la segregación.

No es un fenómeno extraño: pasó con el jazz y está pasando con el blues e incluso con ciertas formas alternativas de rock, sobre todo el nórdico (Sigur Ros, Bjork, Paavoharju, por ejemplo).

Una pregunta: en este último puñado de años, la cumbia se ha vuelto la música para todos en el Perú. Obviamente, no siempre fue así. De hecho, hasta que no impuso el nombre cumbia, no ocurrió. Y sospecho que muchos cumbiamberos limeños no aceptarían que los llamaran chicheros. La pregunta es: cuando pase la moda de la cumbia, ¿quiénes seguirán gustando de ella?

¿Los que la defienden diciendo que es original, compleja, múltiple, idiosincrásicamente local y global al mismo tiempo, etc.? ¿O serán nuevamente los que no le tuvieron miedo a decir que les gustaba incluso cuando se llamaba chicha y sus rostros más vendedores eran los de Chacalón y Chapulín el Dulce y no los de los chicos de clase media de Bareto?

¿Cuàl será el grupo duro, de cumbiamberos a muerte, que siga escuchando a Los Destellos cuando la ola haya pasado y no queden muchos de pie en la resaca?


30.1.09

Caminos cruzados

Arte poular / arte elitista

Una fuerza conduce a las artes populares hacia la sofisticación: suele ser un movimiento de hibridación que las aproxima a formas menos abiertas, menos artesanales, menos repetitivas. La novela en manos de Cervantes; el poema burlesco en Quevedo.

Suele ser, además, una fuerza centrípeta: artistas del mundo oficial, digámoslo así, que miran hacia afuera (o hacia muy adentro) y encuentran la necesidad de incorporar lenguajes y modos del arte popular en su mundo creativo. Borges y el policial; Picasso y la escultura africana; Gershwin y el blues.

Una fuerza conduce a las artes más o menos elitistas hacia la popularización: suele implicar la simplificación formal y el allanamiento intelectual, pero también puede producirse una mayor complejización de las formas y una ampliación ideológica. El drama moral en Brecht; el drama brechtiano en Van Sant; la vanguardia musical en Zappa.

Ninguna de las dos rutas se recorren sin ejercer cierta violencia sobre el alcance y el contenido ideológico de las formas de arte en cuestión. La forma de la ópera se hace más sofisticada en Wagner, sus contenidos también se complejizan: se aleja de lo popular burgués, se aproxima a lo populista nacionalista.

Al rock progresivo, por ejemplo, en medio de su interés inoculto de echar mano a los recursos de la música barroca, la música clásica, la música romántica, el
lore tradicional europeo, la canción renacentista, etc., se le hacía muy difícil equilibrar todo ello con la carga de protesta y liberación generacional que las otras variantes del rock seguían reclamando para sí: el rock progresivo se aburguesa muy rápido, se vuelve discursivamente conservador pese a que en muchos aspectos era la rama más exploratoria y experimental de la familia.

A veces las dos rutas --la de la raíz popular y la de la sofisticación elitista-- se recorren simultáneamente, y el contenido ideológico se hace más o menos esquizoide: el vals de Chabuca Granda regresa a la huella africana en su ritmo y su estructura, pero también subraya la estirpe europeizante en la retórica de su poesía.

Así, por ejemplo, la música de Granda puede ser democrática en su antirracismo y sin embargo aristocratizante a la vez, en la dicción de su tradicionalismo capitalino y la glorificación de las costumbres de las clases altas limeñas.

La tercera ruta es la muerte silenciosa, o el eco de la muerte: el arte se vuelve folclore (sé que mi idea de folclore puede ser idiosincrásica) cuando deja de inventar, cuando renuncia a reflejar el presente y a anunciar el futuro y se conforma con repetir la fórmula del pasado, o a reproducirla infinitamente.

El vals peruano, por ejemplo, dejó de ser arte para vovlerse folclor hace algunas décadas: cuando su guardia nueva cumplió cincuenta años y no había aportado una sola canción memorable al archivo criollo.

Curiosamente, ese proceso se dio en la misma época en que lo que desde Lima se percibía como el estático folclor andino musical decidió entrar en un frenesí de transformaciones y reclamarse arte una vez más: expresión del tiempo y de la variación de la cultura en el tiempo, experimento de una franja social que ensaya caminos nuevos también en su propia vida cotidiana.

Las nuevas fusiones de la música andina, por ejemplo, son una expresión de vitalidad. Eso no quiere decir, de ninguna manera, que sean un proyecto exitoso: son un proceso en marcha, que puede conducir a muchos resultados desconocidos. El que un proceso artístico refleje de manera interesante un proceso social, no significa que sus frutos han de ser, por necesidad, estéticamente acabados.

Así como el folclor se hace arte, el arte puede hacerse folclor. La pintura de Fernando de Szyszlo es hoy, en gran parte, la saga folclórica de lo que fue su arte en las décadas pasadas: es su repetición inacabable, su evocación librada de peligros y nuevas empresas.

La poesía contracultural, antes
underground, antes marginal, antes subte, etc., se ha vuelto folclor en gran medida: recluida a su propio círculo de paredes opacas, se ha vuelto reiteración desconectada de la realidad, un pájaro que se da de cabezazos contra el mismo vidrio una vez y otra, desmoronando sus neuronas, una por una.

La vida de una forma de arte se distingue en su capacidad de modificación, de variación, de reformulación. El arte estático no es arte. El arte sólo es arte en movimiento, pero el movimiento puede llevar a todo tipo de colisión, todo atropello, todo accidente de carretera.

29.1.09

República Chicha

¿Chauvinismo musical o algo más?

No tiene pierde: si se me ocurre proponer que Arthur C. Clarke es un escritor menor, no crucial, quizá incluso olvidable, ese mismo día, antes de que se ponga el sol, algún amante de la ciencia ficción descolgará el pescuezo desde su nave espacial para decirme que lo mío es un puro prejuicio conservador, un problema de percepción ocasionado por mi idea elitista de las artes.

Si alguien desliza por allí la idea de que, en el policial latinoamericano, las obras consistentes y originales son pocas en medio de una nube de desperdicio que sería mejor pasar por alto, casi de inmediato un detective aficionado (quizá yo mismo) se le habrá de lanzar al cuello pistola en mano exigiendo que retire sus palabras: ya estamos en pleno siglo veintiuno, dirá, ya no es hora de mirar a ciertos géneros por sobre el hombro.

De hecho, no invento: ambas cosas han ocurrido en los diálogos de este blog, alguna vez. Hace unos cuantos días, se me ocurrió decir que las piezas de cierto género musical (la cumbia peruana) eran 95% mamarracho y 5% hallazgo. Ha pasado una semana y los reclamos, rectificaciones, alegatos y dardos envenenados siguen llegando, puntualmente, todos los días.

Lo curioso es que ese tipo de reacción parece reservado a los amantes de ciertas artes, o, más precisamente, a los de ciertos géneros o variantes dentro de ciertas artes. Colocándome a mí mismo como conejillo de indias: soy amante del rock, pero no me ofende si alguien me dice que noventa y nueve de cada cien canciones de las últimas cuatro décadas de rock son triviales, olvidables, predecibles, que, en lo que a la historia y el largo plaza respecta, han nacido muertas.

Rápidamente: la mitad de mis cineastas favoritos son americanos, pero creo que el cine americano es nueve décimos basura; mi grupo favorito de hoy es Flaming Lips pero sobreviviré el resto de mi vida sin volver a escuchar tres de cada cuatro canciones suyas; Vallejo, uno de mis autores peruanos favoritos, escribió muchos más libros malos que libros buenos.

Es una gran cosa que Francia produzca cien novelistas nuevos cada año, porque eso nos permite disfrutar del maravilloso autor número cien, el único que sobrevivirá; el hecho de que, de entre cientos de dramaturgos del barroco español, hoy sobrevivan solo las obras de cuatro o cinco, no significa que ese no haya sido uno de los mejores periodos del teatro universal.

Nadie me matará por decir estas cosas.

Pero, aparentemente, sí corro peligro si digo algo similar sobre: la ciencia ficción, el policial, la cumbia peruana, la poesía de los noventa, el periodismo nacional, los jugadores de la U, el rock argentino, la nueva narrativa femenina latinoamericana.

Tengo la impresión de que es una mezcla de entendible rebeldía y predisposición chauvinista, combinadas en proporciones diferentes cada vez: el que ha encontrado un placer especial en la novela de ciencia ficción, por ejemplo, se sabe (más precisamente, se cree) parte de una relativa minoría, y siente que tiene que defender ardorosamente la virtud de su afición.

O sea, ser amante de la ciencia ficción es como ser peruano: ciudadano de una patria que significa mucho para uno pero poco menos que nada para los demás. Imagino que por ahí va, también, la quemante rapidez para la respuesta de quienes se sienten tocados por la cumbia: la suya no es una respuesta que tenga que ver con la música misma, sino con lo que piensan o sienten que esa música representa.

Para ellos, si alguien critica negativamente a la cumbia, en el fondo, de una manera más o menos velada, está diciendo que el nuevo Perú no sirve, que nuestro mestizaje es un desastre histórico, que la palpitante cultura popular peruana no vale la pena, que el desborde popular debería ser puesto nuevamente entre paredones de contención, etc.

A eso se debe, imagino, el que un buen número de quienes respondieron a mis comentarios hayan terminado refiriéndose a mí como elitista, aristocratizante, arrogante, incapaz de aceptar lo mestizo, lo cholo, o como enemigo de las culturas populares, o, por último, como un agente imperialista empeñado en recolonizar al Perú empezando por las radios AM.

(Todo porque me ven como un amante del blues, el jazz y el rock. Olvidando que el blues, el jazz y el rock son música de esclavos, hermanos del festejo y el alcatraz, primos del candombe, nietos de la samba y la cueca).

Lo que nadie me ha explicado todavía es por qué cuernos me tiene que gustar la cumbia (¿ya no vale decirle
chicha, no?). O, para preguntar lo mismo desde otro ángulo y con otro tono: ¿acaso no es posible, siquiera posible, que la cumbia sea, en su gran mayoría, un completo mamarracho desde el punto de vista artístico y estético, sin que eso descalifique los proyectos sociales, comunales, económicos, identitarios o políticos que se asocien de una u otra forma con ella?

28.1.09

Salinger x Marías

Cuento del americano traducido por el español

El diario Crítica de la Argentina, dirigido por el célebre periodista Jorge Lanatta, ha publicado recientemente un cuento de J.D. Salinger (no recogido en libro) en traducción del anglófilo impenitente Javier Marías.

El cuento se títula "El corazón de una historia quebrada" ("The Heart of a Broken Story") y apareció originalmente en 1941 en la revista Squire.

Irónicamente, el relato es en buena parte una parodia del tipo de historia por entregas que las revistas de ese tipo publicaban en aquella época. Pueden leerlo aquí.

Un artículo de The Guardian, que yo encuentro republicado en la página australiana The Age, da cuenta brevemente de la relación de Marías con la traducción. Allí se dice que su momento de mayor productividad como traductor sobrevino tras la muerte de su madre, después de la cual,
"... for six years he did not publish a novel of his own. Instead he became a translator, from English to Spanish, beginning with Museums and Women by John Updike, moving on to Hardy's The Withered Arm. His next translation, Tristram Shandy, had more than 1000 footnotes and won a national award; it was followed by Conrad's The Mirror of the Sea and poems by O'Hara, Nabokov, Faulkner, Robert Louis Stevenson. For "the pleasure of incorporating something you like into your own language", he has added Ashbery, Wallace Stevens, Yeats, Anthony Burgess, Auden, Salinger, and the Religio Medici of Sir Thomas Browne".
Que disfruten del cuento.


500 soles

Un misterio numismático

Por andar buscando cosas en los lugares menos apropiados, me encontré con una versión en pdf de un libro de Raúl Torres Martínez, titulado
César Vallejo: poemas y tormentos.

En cierto pasaje del libro, mientras cuenta la partida de Vallejo a París, Torres cita un fragmento de la página 51 de un libro de Ángel Flores publicado en México con el título de
César Vallejo: síntesis biográfica, bibliografía e índice de poemas.

El pasaje dice que, durante el viaje, en un bolsillo, Vallejo llevaba "un librito para aprender francés en quince días; en otro, una moneda de quinientos soles de oro".

La referencia a la moneda la he encontrado en internet en decenas de páginas. Pero casi todas reproducen la idea tomándola de, para variar, un artículo de Wikipedia, donde, sin citar referencias, se nos dice que Vallejo "viaja en el vapor Oroya el 17 de junio de 1923, con una moneda de quinientos soles. Arriba a París el 13 de julio"

Puedo suponer que, así como Torres tomó la información de Flores, Flores la habrá tomado de alguien más. Quizá el autor anónimo de Wikipedia también la leyó en Flores. Pero su fuente podría ser cualquiera de las decenas de textos que refieren la vida del poeta norteño.

Hay dos cosas que me gustaría preguntarle a cualquier lector informado: la primera es si saben cuál es la fuente original de esa información. ¿Acaso un texto del mismo Vallejo? ¿La confidencia hecha a alguno de sus biógrafos tempranos?

La segunda es más trivial pero me resulta más intrigante: por más que he puesto de cabeza mi navegador y mis buscadores, no encuentro ninguna prueba de que en 1923, año del viaje, existieran monedas peruanas de 500 soles.

En fechas cercanas pero, hasta donde sé, posteriores, hubo billetes de 500 soles. Y los billetes de esa denominación hicieron una triste reaparición en todas las décadas entre los cuarentas y los ochentas (cuando hubo también monedas). Pero, ¿monedas de 500 soles en 1923? No tengo noticia alguna de ello.

Sin embargo, aun si fuera falsa, se entendería la alteración de la historia: un billete no tendrá jamás el mismo gusto romántico de una moneda, mucho menos si es una moneda de oro, mucho menos si la moneda de oro se llama sol.

¿Será esa moneda un invento posterior del mismo Vallejo, como la fecha "imposible" del dólar en el cuento de Borges?

Facilito nomás

Para Elisa, sin dificultades

¡Ups! Le dije adefesio a la versión que Los Destellos hicieron de la
bagatelle "Für Elise" de Beethoven y me saltaron a la yugular los tigres de la cumbia.

El grito común: Enrique Delgado, el guitrarrista fundador de Los Destellos, fue un genio, un sofisticado músico de conservatorio que vio antes que nadie las posibilidades de la cumbia peruana y no dudó en hacerla desfilar por los pasillos de la música clásica, tomando de allí cuanto le saliera al paso.

No comprendí nunca, si la cumbia es tan bacán, por qué habría que justificar a sus ídolos diciendo que estudiaron en el conservatorio o que sabían tocar piezas de Beethoven.

Un afanoso comentarista me puso en mi sitio:

Me parece de una extraordinaria y sorprendente miopia de tu parte considerar a la version de "Para Elisa" de Los Destellos como adefesiera. ¿Qué diablos quiere decir este adjetivo? Cada vez que he escuchado esa pieza, me ha sobrecogido, no sólo por el virtuosismo de la guitarra sino tambien por la extraordinaria precision de la ejecucion, en la que --conozco la pieza de memoria-- no hay ni una nota más ni una nota menos".

Otro comentarista, uno menos apasionado, quizás, me podrá explicar cómo es que no alterar las notas de una partitura al hacer una versión de la pieza original puede ser un mérito en sí mismo.

Por ahora quiero hacer notar algo sobre lo cual llamó mi atención Daniel Salas: la versión de "Für Elise" de Los Destellos, arreglada e interpretada a la guitarra por Delgado, no es fiel al original nota por nota: punto para Delgado, pero queda en evidencia la mala memoria juguetona del comentarista que decía conocer la pieza "de memoria".

Lo malo es que la adaptación de Delgado consiste en
eliminar por completo todos los tramos más complejos y difíciles de ejecutar de la pieza original, para reemplazarlos con un solo ad lib absolutamente convencional, esperable y, por qué no decirlo, bastante soporífero.

Quienes quieran comprobarlo pueden hacerlo de varias maneras. Si saben leer música, escuchen la versión de Los Destellos y mientras tanto denle una mirada a esta partitura.

Si no saben leer música, sólo paren la oreja al escuchar las siguientes versiones. En la primera, del notable maestro Artur Schnabel
(foto), presten atención a los cambios rotundos de la melodía que se producen desde el minuto 1.14 hasta el 1.30, primero, y, luego, desde el minuto 2:08 al 2:40.

En la versión de Los Destellos, tengan la amabilidad de esperar sentados por la llegada de todos esos pasajes: no están. Delgado ha preferido eliminar las partes más complicadas, las de difícil ejecución, y reemplazarlas con su propio
gibberish. No es raro: la eliminación de esos fragmentos es lo que usualmente hacen los estudiantes primerizos de piano cuando se enfrentan a esta pieza.

Y, en fin, dirán que fue otro rapto de su genio musical y que ese solo de guitarra es superior a toda la tradición occidental: yo no diré nada.

Pynchon y nosotros

Encuesta: las mejores novelas policiales del español

Los ojos entrenados de Scott Esposito, de Conversational Reading, y Carolyn Kellog, de Jacket Copy, blog literario del
Los Angeles Times, han detectado, en el nuevo catálogo de Penguin, el anuncio del próximo libro de Thomas Pynchon, una novela detectivesca titulada Inherent Vice, sobre la cual pueden encontrar información en cualquiera de esos dos enlaces.

Y mientras esperamos la novela de Pynchon, anunciada recién para el verano boreal, ¿qué tal si volvemos a la vena de las encuestas y las votaciones?

¿Cuáles son las narraciones policiales, cuentos o novelas, clásicas o negras, más importantes o mejor logradas de la tradición hispana? ¿Cuáles son los relatos policiales escritos en español que ningún amante del género debería pasar por alto? ¿Borges, Taibo II, Vásquez Montalbán, José Carlos Somoza, Angélica Gorodischer?

Vayan lanzando títulos (libros, no autores en general), y cuando haya una lista considerable, les diré cuáles son los nominados para empezar a votar.

27.1.09

Burro

De blog-star a blog-ass

Las cosas parecen haber sido así: una corresponsal de El Comercio en España habría usado epítetos racistas para dirigirse a sus colegas fotógrafos en una ceremonia pública. Un crítico culinario español familiarizado con el lenguaje racista peruano, le habría llamado la atención y la habría puesto en su sitio.

Días después, la corresponsal aludida arma un escándalo ficticio quejándose por haber sido maltratada por un puñado de matones xenofóbicos. La blogósfera salta en puntas de pies, el diario de la periodista consgina su versión sin contrastarla.

El blogger Marco Sifuentes llama "xenófobo" al español; lo llama, además, "agresor"; convoca a sus lectores a boicotear la revista para la cual trabaja el crítico culinario y publica la dirección de correo electrónico de esa persona, propiciando con ello que algunos de sus lectores (a los que él mismo se ha encargado de desinformar) envíen amenazas anónimas al mencionado.

Incluso publica los comentarios de los anónimos que se vanaglorian de haber lanzado esas amenazas: "Kien se cree este miserable!! X suerte nos diste su email ya q le he dicho de todo por correo!!! Regresa a tu patria a seguir criando chanchos!!!"

Y se supone que esa es una reacción contra la xenofobia.

Espero que les quede claro a los lectores que la tontería de un blogger, conjugada con un ego fuera de lugar y una prepotencia cada vez más cabalgante, son armas, en efecto, potencialmente peligrosas. Esta vez mandó a sus lectores a agredir verbalmente a alguien que estaba físicamente lejos. ¿Después qué se le ocurrirá?

¿Y el cuento ese de que Sifuentes es periodista? ¿Cuántos de quienes no hemos estudiado periodismo ignoramos que una historia de este tipo hay que cruzarla con más datos, confirmarla y contrastarla mil veces antes de consginarla por escrito? ¿Quiénes piensan que es labor de un periodista (o de un blogger) divulgar los datos de contacto de una tercera persona para que --con pruebas o sin ellas-- los lectores se le lancen encima, sin que haya mediado la menor preocupación por verificar la historia?

Y la gente seguirá diciendo que qué bacán Sifuentes; que qué mostra la manera en que conduce su blog; que uy, esta vez se le pasó la mano de nuevo, pero no importa: es divertido.


Conejo muere

Updike, lector de Spider-Man

Todos o casi todos los blogs literarios dirán algo más o menos importante, más o menos necesario sobre John Updike, en este que ha sido el último día de su vida.

Yo dejé de leerlo hace varios años, y pasé por alto sus últimas novelas, aunque nunca dejé la costumbre de seguir sus notables reseñas literarias, que lo hacían acaso el crítico más interesante de la prensa norteamericana.

(Hace unos días, en Lima, les decía a Alonso Cueto, Iván Thays y Fernando Ampuero que para mí John Irving era mejor ensayista que novelista. Debe ser una
boutade insostenible, y, sin embargo, me parece menos arbitraria si la digo ahora sobre Updike).

Mi único aporte a la ola de obituarios y homilías será recordar un lado olvidado de la vida de Updike: el hecho de que la carrera de escritor haya sido para él una segunda opción, asumida sólo tras demostrarse a sí mismo que no tenía mucho futuro en caso de perseverar en su vocación original: la de caricaturista y creador de cómics.

Updike, gran amigo y confidente de Harold Gray --el creador de
Little Orphan Annie-- fue hasta la vejez un lector inmoderado e incontenible de Spider-Man, y cuando, en 1994, The Boston Globe, su diario de todas las mañanas, decidió dejar de publicar las tiras del arácnido, Updike les envió esta carta furibunda:
Thursday, October 27, 1994
CUT THE UNFUNNY COMICS, NOT 'SPIDERMAN'
I can't believe that you're cutting "Spiderman" -- the only comic strip in the Globe, except for "Doonesbury" half the time, worth reading. Do think again in making way for what sounds like one more jejune set of unfunny panels pitched at the nonexistent (or at least nonreading) X-generation.
And what ever happened to "Mac Divot" -- the most helpful set of golf tips I ever read?
JOHN UPDIKE
Beverly Farms
Por cierto, las líneas finales del párrafo principal de la carta son una reivindicación perfecta de las verdaderas generaciones pioneras del cómic: son los años 90s y Updike se queja de que los jóvenes (miembros de la generación X) no leen, y como no leen, se pierden a
Spider-Man. Allá ellos, dice Updike, pero por favor no nos priven a los demás de las historias del sorprendente Hombre-Araña.

(Los datos de este post los he tomado del blog Sans Everything, el blog de Jeet Heer, periodista del
Boston Globe y The Guardian).

Otra versión

¿Racismo o xenofobia?

Según la versión de la fotógrafa peruana Yolanda Vaccaro (izquierda), enviada de El Comercio, en una reunión culinaria en Madrid ella fue objeto de maltratos xenofóbicos, víctima de un número reducido pero abusivo de españoles que la llamaron "sudaca" y otras lindezas.

Según declaraciones de testigos, incluyendo a la premiada fotógrafa peruana Inés Menacho, el incidente no ocurrió de esa manera, y quien inició la bronca fue Vaccaro, que habría usado la frase "cholos de mierda" para referirse a sus colegas, desatando la furia de un español vindicante y para quien es conocido el viejo racismo limeño.

Mientras la versión de la Vaccaro dominó las noticias, decenas de medios, sobre todo blogs, pero también el mismo diario El Comercio, protestaron en voz alta contra la supuesta xenofobia de los españoles.

Ahora que, al parecer, la tortilla se voltea y el saunto parece originarse no en la xenofobia sino en el racismo secular y mal escondido de una peruana como tantas otras, tendremos que ver si las protestas son igualmente sonoras, visibles y enfurecidas.

Claro, tras constatar qué versión es la correcta, o si se produjeron tanto los insultos racistas como los xenofóbicos, cosa que no deja de ser posible.

Yo sólo quiero hacer notar que, en la noticia dada originalmente por El Comercio, ya había al menos una frase que, de cierta manera oscura y sospechosa, parece confirmar las versiones de quienes contradicen a Vaccaro: el hecho de que el más ruidoso de los españoles se refiriera a Vaccaro como "criolla de mierda".

En efecto, ese es un término xenofóbico cuando se lo dice un español a un blanco latinoamericano, y su formulación es ofensiva. Pero alguien que, como ese español en particular, conoce el Perú, también sabe que criollo se usa con frecuencia en oposición a cholo.

Me suena a un caso más que extraño, en el que quizá se haya respondido al lenguaje racista con lenguaje xenofóbico.

Wicked Pedia, 2

El parsinismo de José María Eguren

Entiendo que el mérito mayor de Wikipedia está en la supuesta horizontalidad con que en ella se construye el conocimiento.

Es un sistema abierto, en el que la información entra y sale rápidamente, es corregida, discutida, rechazada, incorporada, proceso a lo largo del cual, eventualmente, si todo marcha bien, se va alcanzando algo así como una forma más voluminosa y a la vez más depurada de saber sobre un asunto cualquiera.

Quienes se oponen a ese mecanismo señalan que Wikipedia está demasiado desprotegida ante la filtración de errores, prejuicios, desinformaciones, inexactitudes y, por qué no, voluntarias deformaciones de la verdad.

Quienes defienden la dinámica de Wikipedia aseguran que su mismo proceso va desechando las falsedades y dinámicamente limpia el contenido de nubes, manchas y desperdicios. O, en otras palabras, que Wikipedia tiende naturalmente a su propio perfeccionamiento, que su proceso garantiza algo así como una utópica limpieza final.

Quiero hacer notar que esa defensa sólo tendría sentido en un mundo en el que Wikipedia fuera la
única central de almacenamiento, elaboración y reelaboración de información, y en el que los estadios precios al punto final del proceso no fueran capaces de influir en nada ni en nadie.

Es decir, es una defensa que no sirve.

Quiero mostrarles un ejemplo corto y conciso de lo que Wikipedia puede hacer, en cada recodo de su erróneo camino a la perfección, con las ansias de conocimiento de sus lectores.

El artículo de la Wikipedia en español sobre el poeta peruano José María Eguren (quien nació en 1874 y murió en 1942, según informa Wikipedia, ya ustedes decidan si creerlo o no), el artículo, decía, afirma, entre muchas otras cosas, la siguiente:

"La obra de Eguren fue vista por algunos conocedores como parsiasnista, otros pocos la ponderaron como meramente un romancista, por su falta de conexión con la naturaleza y la realidad... Aunque considerado, después de la publicación de un libro suyo, como parsinista, la verdad parece ser que rehuyó de la estética parnasianista a la cual la encontraba demasiado objetiva".

Primero lo más evidente: allí donde el autor ha querido nombrar al parnasianismo y sus derivados, el texto muestra al menos tres formas distintas y conflictivas: llama a su obra
parsiasnista, parsinista y parnasianista, sucesivamente, sin reparar en la transformación.

También usa lo que, pensando caritativamente, podríamos llamar un préstamo del portugués: la palabra
romancista, pero queriendo significar romántico, y, para colmo de males, ensaya la más absurda definición de romanticismo: una estética sin "conexión con la naturaleza y la realidad".

Los defensores de Wikipedia dirán que, ahora que yo hago notar este misterioso caso de descuido escritural, nada más sencillo que incorporar las correcciones necesarias, y ya: la dinámica de Wikipedia se impone sobre sus errores y los soluciona.

Mis objeciones: un blog llamado Letra Universal, tomando textos de Wikipedia, ya anda difundiendo por allí las bondades del parsianismo y lo parsianista; lo mismo hace el blog titulado Espacio Libros, que no se niega tampoco a usar el préstamo lusitano
romancista.

No se queda atrás el blog Peruanos Ilustres, que repite la operación copiando entero el artículo de Wikiepdia. Vivi, Enciclopedia Web, de Argentina, también recoge el guante y multiplica el error: otra copia tomada de la misma fuente.

En conclusión: antes de que Wikipedia corrija un error, el error puede multiplicarse hasta alcanzar a decenas, cientos o miles de lectores (el ejemplo de Byrd y Kennedy del post anterior). Y Wikipedia de seguro puede corregir su propio contenido, pero no podrá corregir los errores que otros cometan por confiar en ella.

(Por cierto, si no recuerdo mal, cierta edición de la Enciclopedia Ramón Sopena, hace muchos años, en el artículo sobre Bécquer, a manera de ilustración, mostraba un retrato falsamente atribuido: era un dibujo del rostro de Eguren hecho por Abraham Valdelomar. Si he recordado mal la historia, considérenlo mi momento
wiki del día).

Y ya después les cuento la historia de la moneda de quinientos soles de César Valejo, cortesía de otro artículo de Wikipedia.


Wicked Pedia

Dos cadáveres más en su ropero

La tarde del día de su juramentación, Barack Obama asisitó a una cena formal en la Casa Blanca, a la que concurrieron familiares, amigos y miembros del Congreso.

Durante la velada, dos senadores de edad avanzada y salud frágil sufrieron malestares de diversa índole: un pequeño colapso, Robert Byrd, y un ataque espasmódico producto de una reciente operación al cerebro, Ted Kennedy.


CNN y otras cadenas de televisiòn, cuyos reporteros no habían tenido acceso a la cena, debieron reportar desde fuera, sin tenerlas todas consigo: sugirieron que un senador había sufrido un desmayo, dijeron que se había mencionado el nombre de tres congresistas, y de esos tres eligieron repetir dos: Byrd y Kennedy (el tercero, de hecho, había sido un rumor errado).

Sólo más tarde, cuando contaban con informes más precisos, los periodistas afirmaron que eran dos los enfermos, cada cual con síntomas diferentes, y que ambos parecían camino a recuperarse. Se trataba, en efecto, de Byrd y Kennedy.

Pero, durante esos largos minutos (quizá un par de horas), otros medios habían sido menos cautos, y se habían dejado conducir por la impertinente urgencia de
decir antes que por la serena necesidad de confirmar los datos antes de hacerlos públicos.

Todos eran medios electrónicos. Notoriamente, Wikipedia había resbalado, por la millonésima vez. En el caso de Kennedy, la página dedicada a él en Wikipedia publicó esto:

"Kennedy suffered a seizure at a luncheon following the Barack Obama presidential inauguration on 20 January 2009. He was removed in a wheelchair, and died shortly after."

La página sobre Byrd contaba una historia similar, con un muerto diferente.

Esa falsa información hubiera significado la vergüenza más intolerable para cualquier diario impreso que se respete, y mucho más aun para cualquier enciclopedia medianamente seria.

Wikipedia, sin embargo, parece haber encontrado la fórmula para decir imprecisiones y no sufrir en su prestigio. Quizá la fórmula sea, precisamente, no tener prestigio: dejarle saber al lector que es sumamente probable que la ordenada, compendiosa y selecta información que encuentra en sus páginas es, muy posiblemente, una sarta de patrañas antojadizas.

Aunque, valgan verdades (en este blog valen todavía), esta vez, dada la magnitud de las personas afectadas y las quejas numerosas que se hicieron escuchar, Wikipedia puede haber recibido un cocacho importante, que quizá le haga cambiar cosas centrales en su funcionamiento.

El diario The Independent explica cómo es que esta nueva metida de pata ha movido las aguas dentro de Wikipedia, y cómo parece inminente que la entidad asuma, finalmente, un método de edición central que la asemeje a las enciclopedias más tradicionales.

Se perderá velocidad y se ganará precisión y veracidad. O, para decirlo en los términos que son relevantes para los fanáticos habituales de Wikipedia: se perderá velocidad.


26.1.09

La quinta

... rueda del coche cumbiambero

Hasta hace solo unos años, uno podía ser una verdadera nulidad en materia de música académica, pero había unas cuantas cosas que se sabían sí o sí.

Por ejemplo, uno sabía reconocer esa secuencia rápida de nueve notas ligeras, seguida por otras dos de tres, que componían el inicio y anunciaban las variaciones de Für Elise, la famosísima
bagatelle en forma de rondó compuesta por Ludwig Van Beethoven para una pretendida de nombre Therese (que lo rechazó y motivó el rebautizo arbitrario de la pieza).

Y uno inevitablemente conocía las cuatro notas dramáticas, resonantes, profundas, también de Beethoven, que formaban el motivo inicial de su Quinta Sinfonía.

Y por eso, entonces, uno no confundía una
bagatelle amorosa y juguetona, lúdica y sencilla, como Für Elise, con una sinfonía romántica, como la Quinta, que los críticos interpretan como una interrogación sobre la fuerza del destino en la vida del ser humano.

Hoy, en
La República aparece un artículo sobre la historia de la cumbia, presidido por una entrevista de Jorge Loayza y Raúl Mendoza al sociólogo y profesor de la PUCP Santiago Alfaro. Entre las acotaciones adicionales, los autores añaden una larga serie de datos sobre el pasado de la cumbia nacional. Entre ellos, colocado entre comillas, como frase textual de Alfaro, aparece la siguiente afirmación del profesor:
“Enrique Delgado [funfador de Los Destellos] era un músico de conservatorio y un virtuoso de la guitarra. Tocó en grupos de música vernácula y criolla. Creció en una época en que estaba de moda el hippismo y tuvo un grupo de nueva ola. Le gustaban Los Beatles. Y por su formación musical escuchó a los clásicos, entre ellos Bethoveen. Tiene una canción ‘Para Elisa’ que es la quinta sinfonía en ritmo tropical”.
Ok. El profesor Alfaro (DJ Shanti, en su otro lado) es entrevistado como una voz conocedora capaz de aclararnos un poco la importancia de la cumbia en el Perú. Y en la entrevista dice varias cosas de interés. Pero de pronto sostiene que Para Elisa, Für Elise, y la Quinta Sinfonía, son lo mismo. Y, para colmo, parece suponer que la adefesiera versión en cumbia de Für Elise que grabó Delgado con Los Destellos es una prueba de que el hombre era un conocedor musical, crisol de casi infinitas influencias. Un genio.

(Mencionemos sólo de pasada el hecho de que
Für Elise se toca con un solo instrumento, mientras que toda sinfonía es hecha para una conjunción numerosa de instrumentos: ¿cómo puede alguien hablar académicamente sobre música y no notar la diferencia entre esas dos cosas?).

El asunto no termina allí: el inefable abanderado blogger de todas las formas de ignorancia postea sobre el tema, repite la cita, no encuentra en ella nada raro, y la complementa con un video bajado de Youtube que ilustra la genialidad de Delgado: en efecto, adaptó a Beethoven (lo adaptó a la música horrísona).

Ahora bien, quien ha colocado
el video en Youtube no lo llama, afortunadamente,
Quinta Sinfonía. Pero lo presenta como si su título original fuera For Elise. O sea, Beethoven era inglés. O quizá gringo. Buena.

Pregunta ingenua: ¿sería mucho pedir que quienes van a ocupar los medios con opiniones musicales supieran algo de música? ¿O que los periodistas confirmen sus datos antes de publicarlos?

Hipotermia

Un profesor en Nueva Inglaterra

Hipotermia es un libro peculiar del mexicano Álvaro Enrigue: compuesto a lo largo de ocho años, su cuerpo lo forman veinte relatos que pueden seguirse como tales o como fragmentos de una o de varias novelas breves, siempre vinculadas con individuos arrítmicos y más o menos soltiarios, varados en la orilla opuesta de sus propios ideales, convertidos en extraños para sí mismos.

Uno de los exiliados es un profesor mexicano de literatura que da clases en una universidad del noreste de los Estados Unidos. En cierto momento, este personaje autorreflexivo, pero a la vez alienado de su propia mirada, intenta describir su situación laboral, ironizando al recurrir a la mención de
"... el consabido elogio de la calma quevediano que todos citamos tanto en la hora de nuestros frívolos retiros y que nos llena la boca de orgullo a los profesores de universidad gringa, sin duda las personas que menos trabajan por más dinero en todo el mundo.

"Encerrado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos
vivo en conversación con los difuntos
y escucho por los ojos a los muertos".
Por supuesto, pocas defensas de la soledad intelectual como caldo de cultivo de la creatividd han sido tan sonoras y memorables como esos versos de Quevedo, que el narrador de Hipotermia rememora mientras se refiere al caso de Martín Luis Guzmán, muchas veces exiliado, gran novelista de la revolución, alguna vez colocado bajo las órdenes de Pancho Villa, capaz de novelas solamente cuando era forzado a dejar su país.

"Los profesores de universidad gringa, sin duda las personas que menos trabajan por más dinero en todo el mundo", dice el personaje.

Más adelante, ya en otro de los relatos fragmentarios, otro narrador, que acaso sea el mismo, dice:
"La familia de mi padre, de la que seguramente heredé la proclividad a la mudanza --de casa, de país, de esposa--, tiene raigambre en el gremio de los profesores, por lo que una buena cantidad de parientes viven en países en los que producir y reproducir el conocimiento es un trabajo del que se puede vivir con dignidad".
Digo que acaso sea el mismo narrador porque, a pesar de que sus circunstancias se asemejan, así como los nombres de quienes los rodean, y las coyunturas de ambas historias parecen calzar a la perfección, está claro al menos que el estado de ánimo de esas dos voces es muy disímil.

Una es la voz de un ácido desencantado que ve la carrera académica como refugio pragmático de vagos y haraganes, y para quien el ocio es ocio y nada más, no el disparador de la creación o la refleión.

El otro es un realista que celebra las condiciones del investigador universitario en el primer mundo, pientra expresa tácitamente su pesimismo ante la indignidad del trato dado a las carreras intelectuales en países como el suyo, México (o el nuestro, añadimos de inmediato).

Esos deben ser, si nos limitamos a las inclinaciones predominantes, los dos polos entre los cuales fluctúa el juicio de un extranjero en la academia americana, y el ritmo del vaivén es la alternancia de estados de ánimo de un intelectual en un mundo extraño, no muy distintos de los de cualquier otra persona que se haya sumergida en un universo algo artificial y algo ajeno.

25.1.09

Ignorema

Comienza la cacería de resbalones

Esta, si funciona, es una nueva sección de Puente Aéreo. No viene a reemplazar a los tradicionales trabalenguas, que seguirán apareciendo eventualmente, sino sólo a darles un toque democrático. Se trata de la elección, cada cuatro semanas aproximadamente, de El Ignorema del Mes. Definámoslo técnicamente.

Un "ignorema" es la unidad sintáctica mínima de expresión de la ignorancia de su hablante. En otras palabras, es la idiotez sintagmática, la barbaridad hecha frase, la pereza mental con sujeto y predicado, la bestialidad textualizada.

Todos quienes lo deseen pueden enviar sus frases candidatas, citando con exactitud el ignorema dicho o escrito (por un político, un intelectual, un personaje público en general), el nombre de quien lo profirió y el medio donde el ignorema fue difundido.

Si surgen dudas, las iremos aclarando en el camino, durante el desarrollo de esta primera versión del muestreo. Por ahora, me permito aclarar una: no se trata de recolectar frases con erratas, aparentes errores gramaticales o lo que un lector pueda considerar imprecisiones de expresión. Se trata de frases que reflejen ideas ridículas, o aberrantes, o detestables, o profundamente confusas, o abierta o sutilmente desviadas, oscuras o equivocadas.

23.1.09

Adornos

Estética y corrupción

Una cosa que creí aprender hace muchos años, en mis primeros cursos de literatura en la universidad, es que en una obra literaria no existen los adornos.

Es decir, no existen elementos que sean estrictamente decorativos y no funcionales: una vez que entra en el texto, todo signo añade sentido y ocupa un lugar en la estructura; o descalabra el sentido y hace colapsar la estructura (sin dejar de ser parte de ella).

Cuando alguien dice de un poema que es en exceso verboso, o de una novela que es
palabrera (como escribió Vargas Llosa sobre cierto relato de Faulkner), lo que está diciendo es que en el texto hay signos que carecen de funcionalidad, excesos que hubiera sido mejor eliminar.

En una famosa escena de
Amadeus, la cinta de Forman, el rey le dice a Mozart que una pieza que acaba de tocar tiene "demasiadas notas". Mozart se enfurece: la pieza no tiene ni más ni menos notas que las que necesita; nada en ella sale sobrando.

Por algún motivo extraño, estas cosas me vinieron a la mente tras leer un post de Daniel Salas sobre un tema enteramente distinto: el post se titula "Robó pero hizo obra" y es un enjuiciamiento del secular prurito peruano de elogiar a los gobernantes que cumplen con algunos de sus deberes incluso si ejercen su trabajo en medio de gran corrupción.

Es la aceptación tácita (o no tan tácita) de que robar, defraudar y abusar del poder son, después de todo, gracias a la fuerza iterativa de la tradición, algo así como funciones adicionales de un gobernante, gratificaciones colaterales, o, cuando menos, efectos secundarios inevitables.

El juicio moral que me merece ese tipo de observación ya se lo imaginan los lectores de Puente Aéreo. Prefiero escribir mi juicio puramente racional: la corrupción es un elemento sobrante en la estructura del Estado y en el oficio del gobierno, y, por lo tanto, es un elemento que contribuye a su mal funcionamiento.

Los peruanos tienden a suponer que la corrupción es como una comparsa lateral, obviable: si el gobernante cumple con su misión, qué tiene de malo que sea corrupto. No puedo imaginar, sin embargo, que la corrupción pueda existir sin afectar la labor del gobierno.

Un amigo que trabajó muchos años en un ministerio me contó sobre la cantidad de veces en que, ante un cambio de ministro, una serie de proyectos casi culminados fueron echados a la papelera para beneficiar otros planes, no porque fueran mejores, sino porque al desarrollarlos la nueva burocracia podría beneficiarse con negociados, licitaciones, colocaciones, ventas bajo la mesa, chanchullos y sobornos.

¿Alguna vez les ha pasado que el descubrimiento de un delito les deja una impresión estéticamente negativa? ¿Que un crimen les parece, más que malo,
feo? Tengo la idea de que eso se debe a que, en efecto, lo percibimos desde un mirador estrictamente estético: el delito mata la perfección de la estructura, desorganiza las formas, corrompe no sólo en el plano moral sino también en el plano formal.

La corrupción es el decaimiento de una forma, por eso nos afecta estéticamente: es un elemento que sobra, que debe ser eliminado, que nunca debió estar allí.


22.1.09

Niñas malas

Qué leen las chicas lindas que leen

Supongo que se debe a que soy un cerdo criado en un mundo de machos irredentos y también un hombrezuelo débil con una inclinación inmoderada por admirar doblemente a las chicas guapas cuando son inteligentes.

Mea culpa, me doy con una piedra en el pecho y sigo adelante. Me casé con una bailarina de danza moderna doctorada en literatura en la Ivy League. Eso lo dice todo: no tengo salvación.

Esto para explicar por qué desde siempre me ha llamado tanto la atención descubrir los gustos literarios de modelos y actrices: es mi argumento ontológico para probar la existencia del paraíso y el hecho de que una corte de criaturas maravillosas lo habiten.

En mi calidad de lector amaestrado, aunque eventual, del medio de comunicaciones más trivial del mundo (Goop, el boletín semanal de Gwyneth Paltrow), me entero de cosas extrañas, como, por ejemplo, los gustos literarios de la supermodelo Christy Turlington (en la culposa foto de este post).

Sus novelas preferidas son
The Sound and the Fury, de Faulkner; The Sun Also Rises, de Hemingway; y Pride and Prejudice, de Austen. Pero Christy es una estudiante de postgrado en Columbia University, así que la cosa no resulta tan sorprendente (no tanto como saber que Milla Jovovich es una nerd lectora fanática de Rushdie, García Márquez y Naipaul).

La misma Paltrow (que ha hecho el papel de Dorothy Parker en alguna película) recomienda
Jane Eyre, de Charlotte Brontë; Crimen y castigo, de Dostoievski; y The Sheltering Sky, de Paul Bowles. No se toma muchos riesgos.

¿Y la chica mala, Madonna Ciccone? No podía defraudar su fama: su novela preferida de estos días es
The Bad Girl, es decir, Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa, la historia, claro, de una femme fatale transnacional, de origen modesto y eternamente reinventada: Madonna, sin duda, se ve a sí misma como un avatar de carne y hueso de la antiheroína ficcional de nuestro compatriota.

El mito es mejor que la historia

Un rápido regreso al pensamiento primitivo

¿Cómo actúa el antisemitismo sobre la mente de un antisemita? Es un proceso patético, patológico. El individuo comienza por sentir que debe acusar a los judíos de algo pero que debe hacerlo desde alguna plataforma racional, con justificaciones meridianas, porque --se repite a sí mismo, una y otra vez--
él no es un antisemita.

Acto seguido, procede a construir su argumentación: el Ejército de Israel es criminal, no ha aprendido la lección de la segunda guerra mundial; defiende la existencia de un Estado que nunca debió ver la luz del día; los judíos utilizan la historia del Holocausto para justificar sus paranoias; y eso del genocidio valdría la pena revisarlo, no vaya a ser que sea otro invento de estos mitómanos; después de todo, ¿no es demostrable que la confabulación judía mundial siga en marcha, ahora bajo la forma del omnipresente lobby judío?

El antisemita, entonces, empieza a olvidar la coyuntura, deja de buscar sus explicaciones para los hechos históricos cotemporáneos (como la guerra en Gaza) en los sucesos de la historia reciente, en los afanes políticos de ingleses, palestinos e israelíes desde finales del siglo XIX. Entonces tiene una iluminación mayor.

Descubre que la explicación de lo que hacen los israelíes no está en la historia política verificable sino en el alma misma de los judíos. Arroja los tratados de historia y va directamente al
Antiguo Testamento: allí está todo: los judíos son asesinos ahora porque siempre han sido asesinos. Está en su naturaleza. Son la encarnación de un mal permanente.

¿Ejemplos de ese tipo de construcción mental antisemita? La prensa mundial ofrece muchos, así que me limito a la nacional: vean este vuelo del delirio del peor novelista nacional, el huachafo recurrente César Hildebrandt. Y miren luego qué cerca del precipicio se le paran los caballos del papelón milenarista a Carlos Tapia.

Curioso: se trata de supuestos intelectuales (bueno, al menos Tapia), pero, colocados ante un problema que bien podrían discutir en términos políticos, sociales, antropológicos, culturales, etc., lo que hacen es elegir dos terrenos distintos: en primer lugar, el de la comparación atrabiliaria: Tapia, luego de afirmar que los judíos no son dignos de su propia religión, formula una analogía en la que Israel es como Sendero Luminoso y el pueblo peruano es como Hamas--.

Y en segundo lugar, el de la pura barrabasada antihistórica perpetrada por un ignorante candidato a predicador milenarista: Hildebrandt, el gato callejero de Natuba, lee las metáforas bíblicas como si fueran noticias de hoy por la mañana, al mejor estilo de su gemelo americano Pat Robertson.

Nota: Una respuesta a la pregunta del post anterior la ofrece el blog de Z World, que traduce nuestro último texto sobre Egipto al inglés.

20.1.09

Walk like an Egyptian

En el otro lado de la franja

Uno de los asuntos que más me intriga en medio de esa montaña de inexactitudes que la gente suele repetir en relación con el conflicto en Gaza es la siguiente: que Israel mantiene un bloqueo que ha arrojado a los palestinos a la miseria total, el hacinamiento y la desesperación.

Como si Gaza sólo tuviera fronteras con Israel o como si Israel amenazara con sanciones económicas a quienes comercien con los palestinos. Como si Gaza no tuviera una frontera con Egipto, país árabe a quien nadie acusa de ningún bloqueo.

Israel, en efecto, ha cerrado todas sus fronteras con Gaza, cosa que no tiene nada de raro si uno considera la historia de bombardeos suicidas y los 3,200 cohetes disparados desde Gaza a ciudades israelíes el año 2008.

Cuando se habla del cierre de fronteras israelíes al tránsito de palestinos, se le llama bloqueo, aun a pesar de que Israel sigue enviando ayuda humanitaria a Gaza (tanta que las Naciones Unidas pidieron, dos semanas atrás, que se detenga el flujo porque los almacenes estaban colmados).

Pocas veces se señala que Egipto, país árabe que más de una vez condujo ataques e incluso guerras contra Israel, también ha cerrado sus fronteras a los palestinos, y no permite que los habitantes de Gaza entren en su territorio ni siquiera en casos de necesidad de refugio humanitario o político, ni siquiera en tiempos de guerra,
ni siquiera durante las últimas tres semanas.

Egipto cierra su frontera y, sin embargo, permite que se construyan centenares de túneles desde su tierra hacia Gaza, a través de los cuales se introducen en la franja las armas y explosivos que Hamas utiliza en sus ataques terroristas. Es decir, Egipto colabora con los palestinos violentistas y contribuye a encerrar en Gaza a los palestinos que quisieran evadirse del conflicto.

¿Dónde es la manifestación humanitaria contra Egipto? ¿O el impulso humanitarista está reservado exclusivamente (no nos preguntemos por qué) para ser usado en protesta contra los israelíes?

19.1.09

W.C.

Washington Cucurto y la casa vuelta a tomar

Hace un par de semanas leí una novela que quise recomendarles y se me fue pasando. Su título es
1810. Su largo subtítulo, que pueden leer en la foto, explica dudosamente su contenido: es el relato falsamente histórico (descabellado, más bien) de la revolución independentista de San Martín en Argentina del modo en que habría sucedido si los soldados de su expedición hubieran sido, todos ellos, negros africanos insólitamente cumbiamberos y peculiarmente altisonantes.

El autor, ya lo habrán adivinado, es Washington Cucurto, el prolífico poeta y narrador de Quilmes, lanzado a la celebridad inmediata con su novela
Cosa de negros, y fundador de ese insólito fenómeno editorial llamado Eloísa Cartonera. Washington Cucurto, por cierto, es el seudónimo de Santiago Vera, reivindicador de la bailanta, la chicha, la cumbia y el desorden como estéticas literarias, en la corta rama mulata de la tradición de los extraños rioplatenses, la de los Lamborghini, Aira, Wilcock, Levrero y los otros bichos raros.

La novela está escrita en una clave carnavalesca que tiene más de Rei Momo y Padre Ubú que de M.M. Bakhtin, y que encuentra una inusitada armonía en la sucesión de disparates de su argumento: libidinosa y tanática, mortífera y mortal, abrupta y descortés, ruidosa y aleatoria, subversiva y cómica, anacrónica y, sin embargo, inusualmente consciente de sí misma.

Quizá lo más interesante del libro, sin embargo, no está en el cuerpo principal de la novela, sino en uno de los dos textos adicionales que le sirven de doble epílogo: se trata de una versión hipertrófica y desbocada del célebre relato "Casa tomada", de Julio Cortázar. En la versión de Washington Cucurto, el texto se convierte en la historia del misterioso desalojo vista desde la óptica del grupo de negros invasores que han penetrado en el hogar burgués para ir empujando a los invisibles señores de la casa en dirección a la calle. Imperdible.