27.8.09

¿Duros calificativos?

Sobre el artículo racista de Bedoya Ugarteche

Aunque la blogósfera parece más concentrada en bromear sobre el tema, y la prensa lo trata con pinzas, lo cierto es que debería alarmarnos la reciente elección de un artículo de Andrés Bedoya Ugarteche como el texto más racista que se haya publicado en el mundo durante el reciente año en detrimento de algún pueblo indígena.

¿Por qué? Para comenzar, porque no se trata de un caso aislado: Bedoya Ugarteche tiene suficientes textos publicados como para acaparar el top 100 de la categoría, y en ellos hay desde llamados al exterminio de pueblos indígenas hasta especulaciones sobre la inferioridad de ciertos grupos étnicos.

En segundo lugar, porque sus columnas no aparecen en un oscuro volante fascistoide, ni en circulares precarias, ni en un medio de comunicación arrimado a la extraligalidad o a los márgenes de la vida social peruana: aparecen en un medio de circulación nacional, con una larga tradición, con un nombre reconocible y con una consistente lectoría, el diario
Correo.

En tercer lugar porque, contra lo que uno querría suponer, el diario
Correo no siempre ha guardado una postura saludablemente distinta de las bravuconadas racistas de Bedoya Ugarteche. Por el contrario, todos recordamos también los comentarios racistas colocados en primera plana por Aldo Mariátegui, director del periódico.

Por otra parte, nuestra alarma debería aumentar si consideramos que Bedoya Ugarteche, pese a ser una notoria oveja negra, más o menos excepcional en el mundo de los columnistas de la prensa diaria, no deja de representar la mirada racista de un sector identificable de la población.

El Comercio entrevista hoy a Bedoya Ugarteche y, en su titular, observa que éste se niega a retirar lo que el periódico llama los "duros calificativos" con que se refirió en el artículo a los nativos de Bagua. En el cuerpo del texto, el diario se refiere a todo este escándalo como una "polémica".

Dos precisiones: una polémica es un cruce de opiniones, ideas o puntos de vista debatibles, atendibles, defendidos racionalmente, acaso conducentes a algún tipo de conclusión o, al menos, al afinamiento de una argumentación. Lo de Bedoya Ugarteche no es polémico, es insostenible, abusivo y retrógrado; y la elección de su artículo tampoco es polémica: es una mancha inequívoca en la realidad de la prensa peruana.

Y lo otro es que lo de Bedoya Ugarteche no fueron "duros calificativos". El artículo en cuestión, que publicó en Correo el 13 de junio del 2009, concluía con esta frase: "No sé qué espera Alan que no prepara a su FAP con todo el napalm necesario". Eso, según yo lo entiendo, no es un "duro calificativo". Es una convocatoria al asesinato masivo, y a una forma muy particular del asesinato masivo: el genocidio.

¿Hasta cuando seguirá Aldo Mariátegui cobijando esa bajeza en su diario, dándolas a leer a todos quienes compran
Correo, permitiéndole una trinchera y una tribuna a lo más oscuro del prejuicio racista peruano? ¿Es en nombre de la libertad que publica convocatorias al homicidio?


25.8.09

¿Y en paz descanse el futuro?

Más Javier Marías y un poco de VLL, según Paz Soldán

Edmundo me hace notar la rara coincidencia: ayer escribí acerca de una columna reciente de Javier Marías en El País y sólo unos días antes, él --Edmundo-- había publicado, también en El País, otra columna comentando opiniones previas de Marías (y de Mario Vargas Llosa).

Mi post era sobre la miopía de Marías ante la comicidad contemporánea; el de Edmundo es sobre la aparente incomprensión de Marías (y Vargas Llosa) con respecto a la irrupción de las nuevas tecnologías y su posible influencia en el futuro de la literatura.

No es difícil encontrar el punto común en nuestras opiniones: a ambos nos viene dando la impresión de que hay ciertas cosas en el mundo --cambios relacionados con la evolución de las nuevas formas y medios de expresión y comunicación de la cultura-- que ni Vargas Llosa ni Marías parecen captar, o a las que se niegan a adaptarse: la omnipresencia de internet, el libro electrónico, etc.

Especialmente interesante es el siguiente párrafo y la referencia a Amado Nervo:
Es curioso ver cómo la introducción de una nueva tecnología produce tanta ansiedad en la cultura libresca y hace que aparezca un tono apocalíptico en sus defensores. Para citar un ejemplo emblemático: cuando en 1895 los hermanos Lumière inventan el cinematógrafo, el escritor mexicano Amado Nervo señala que el cine, junto al fonógrafo, producirá como resultado "no más libros; el fonógrafo guardará en su urna oscura las viejas voces extinguidas; el cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas".
El artículo de Edmundo completo pueden encontrarlo aquí.


24.8.09

¿En paz descanse la comedia?

Sobre un artículo de Javier Marías

Discutible y por eso mismo digna de lectura la reciente columna del novelista español Javier Marías, ese cascarrabias profesional, en el diario
El País.

El artículo, titulado "El género abandonado", empieza cantando las loas de la literatura de humor y sus cumbres más notorias: el
Quijote, Los viajes de Gulliver, Alicia en el País de las Maravillas y el Tristram Shandy de Sterne que notablemente tradujera el mismo Marías años atrás.

Luego observa que a su juicio la literatura de humor --pese al reconocimiento del que siguen gozando sus antiguos hitos históricos-- ha caído del viejo pedestal para la crítica y los lectores contemporáneos, que la menosprecian o subvalúan.

Saltando al terreno del cine, Marías observa que también en la pantalla el género ha derrapado, y que, si hoy en día la comedia sigue siendo un filón próspero, no lo es más la comedia sutil y modulada, elegante e inteligente que triunfó en el pasado, sino cintas fáciles e inmediatistas, de ésas en las que triunfan actores como Jim Carrey, Seth Rogen, Will Ferrell, Adam Sandler o Ben Stiller.

Marías ofrece un muestrario de los grandes cineastas y actores cómicos del pasado, españoles y del mundo angloparlante, sobre todo, y no deja de anotar los nombres de otros, de tono más bien dramático, que, según él juzga, reciben loas en virtud de su pose de seriedad e intelectualismo cuando en verdad sus obras son "solemnes y huecas".

En esa última nómina fatal, Javier Marías enlista a González Iñárritu, Lars Von Triers, Jane Campion y ciertas cosas de Julio Medem, Alejandro Amenábar y Fernando León de Aranoa. En otro momento propone todo un campo creativo como sospechoso de esnobismo y falsa seriedad:
Si una película tiene el ademán ampuloso, o se ocupa con enorme solemnidad de un tema "serio" --el paro, el maltrato a las mujeres, la explotación de los países pobres, el Holocausto, la eutanasia, algo social a poder ser--, al instante se califica tal película con dos de los adjetivos más falaces y tontos de cuantos se tienen a mano, a saber: "necesaria" e "imprescindible". Falaces y tontos porque no hay ninguna obra de arte --ni siquiera del pasado-- que sea una cosa ni la otra. Es cierto que el mundo no sería el mismo si no hubiera habido literatura ni cine, pero sí lo sería si no hubiera existido la obra de cualquier autor determinado, con las posibles excepciones --sólo posibles-- de Shakespeare y de John Ford.
Es curioso (
endearing, indeed) el giro final, que demuestra que Marías también tiene su corazoncito: "necesaria" e "imprescindible" son los "adjetivos más falaces y tontos de cuantos se tienen a la mano", salvo, nos dice, cuando se aplican a Shakespeare o a John Ford.

Pero quizá el punto más debatible es el que se hace notorio al yuxtaponer las dos ideas centrales del artículo: el rechazo al cine que se cree excesivamente su propia importancia intelectual, por un lado, y, por otro, el rechazo a la comedia fácil, ligera, inmediata.

Difícil de complacer, Javier Marías (quien, por su lado, sobre todo en sus narraciones más breve, puede ser a veces un maestro del humor: allí están los cuentos "Lo que dijo el mayordomo" y "Mientras ellas duermen", como demostración ciertamente innecesaria).

Por un lado, cabe la posibilidad de que algunas de esas comedias que Marías rechaza por banales, no lo sean tanto (su descuartizamiento de Woody Allen, a quien divide en un antes y un después de su salida de Estados Unidos, parece un tanto arbitrario).

Por otro lado, Marías olvida ciertos géneros del cine cómico que son los verdaderos hitos de años recientes: el
Borat de Sasha Baron Cohen, y los ya muchos documentales del veterano Michael Moore.

Además, y crucialmente, no se ocupa de otros autores de un humor especial y de gran sutileza artística, como Jim Jarmusch, Aki Kaurismäki, Eran Kolirin, los hermanos Cohen, Tim Burton, mucho del trabajo de Guy Ritchie y Quentin Tarantino*, y, dicho sea de paso, nos deja con las ganas de saber qué piensa de algún compatriota suyo, como Álex de la Iglesia.

¿Es en verdad justo pasar por sobre la obra de todos esos cineastas como si no existieran? ¿No son algunos de ellos nombres clave del cine actual? ¿Será puramente casual (¿o será causal?) que la mayor parte de ellos sean comúnmente mencionados entre los más notorios po-mo de la pantalla grande? ¿Será el de Marías, en el fondo, un juicio sobre la caída de un género o será un juicio de valor sobre toda una tendencia estética, así, de un plumazo?

Me parece que Marías, quizá, ha cantado el réquiem en el entierro de un género que está demasiado vivo para esas honras fúnebres; quizá el asunto sea de actitud: habrá que ponerse a ver películas sin cascar la rabia antes de que corra el primer rollo.

* Los Cohen y Tarantino sí son mencionados un tanto ambiguamente en cierto pasaje del artículo, como me hace notar un lector.


22.8.09

El compromiso del escritor

No opino, sólo muestro lo que otros han dicho (y contradicho)

"El compromiso del escritor es un asunto pequeño comparado con el del compromiso de cualquier ciudadano. Y, por lo tanto, un problema todavía más grave que el de la abulia o el carácter acomodaticio de muchos de los escritores mexicanos es la abulia y el carácter acomodaticio de la mayor parte de los habitantes del país". Alberto Chimal (escritor mexicano).

"Lo que hacen o dejan de hacer tiene consecuencias. La principal responsabilidad profesional del escritor es escribir bien, pero la responsabilidad humana no se agota en la profesional. En cuanto ciudadanos, el escritor o la escritora tienen responsabilidades especiales. Quienes pensamos que leer y escribir son también formas de actuar no tenemos el menor problema en reconocer que la literatura puede juzgarse (también) moralmente. Es una dimensión más, que no agota desde luego el ser de la obra en cuestión: pero no creo que debamos ignorarla". Jorge Riechmann (poeta español).

"En este encuentro de escritores conscientes de los problemas que abruman al país, es necesario, entonces, asumir la responsabilidad, no solo de los criterios de verdad y búsqueda en las obras que concebimos sino también en la estrategia solidaria y gremial de esa lucha. Mientras permanezcamos solos y aislados, estaremos siempre en peligro de tener que hacer concesiones excesivas". Eduardo Gómez (poeta y ensayista colombiano).

"Creo que no hay más compromiso que el que uno acepta tácitamente cuando se pone a trabajar o jugar. Es un compromiso con uno mismo. Se trata siempre de escribir lo mejor que nos sea posible; con total sinceridad. En todo lo que escribí he participado. Sólo los malos escritores creen que tal compromiso debe ser expresamente político". Juan Carlos Onetti (novelista uruguayo).

"Desde que empecé a escribir, siempre he creído que la vocación literaria no puede disociarse de un compromiso de tipo cívico. En esa época lo que se denominaba "el compromiso del escritor" era algo que la mayoría aceptaba. En esa época me he formado, y aunque he cambiado en algunas cosas, no en la convicción de que el periodismo es mi manera de estar en el debate cívico y político, defendiendo y criticando ciertas cosas, o para mostrar otro tipo de cosas. Creo que esa implicación en lo que es la vida de la calle es buena para un escritor que no entiende la Literatura como un mundo aparte. A mí me apasiona la Literatura, mi verdadera vocación es la de escritor. Pero si algo me conmueve de la Literatura, de los libros que admiro, es que esos libros me hacen ver de una manera más lúcida el mundo en el que estoy". Mario Vargas Llosa (escritor peruano).

"Pararse frente al público y decir en voz alta tu opinión entraña un riesgo. Pienso que este problema emergió en los año 50s. Jean Paul Sartre se dio cuenta de que él estaba hablando y hablando, pero sin llegar a ninguna parte: nadie hacía caso a sus palabras, sólo aquellos que pensaban de la misma manera. Sartre estaba intrigado por esto. En el pasado los escritores pudieron tener la impresión de que, ya que ellos se encontraban en la cúspide de una pirámide de cultura escrita, muchos escucharían lo que ellos tenían que decir. Sin embargo, creo que esto era un auto-engaño incluso en aquellos tiempo. La opinión de los escritores es siempre importante, pero sólo a posteriori, Tengo una consciencia civil, así que cuando se me pregunta, doy mi opinión. No siempre, pero algunas veces lo hago. Cuando hablo, no es el escritor el que habla, sino el ciudadano, que siente que decir lo que cree justo es parte de su salud mental y de su consciencia democrática". Peter Nadas (narrador húngaro).

"La literatura comprometida de Sartre no está perimida, creo que estaba perimida cuando Sartre la enunció. Pero hay que releer a Sartre, porque sus ideas acerca del compromiso siguen siendo válidas, porque un escritor no es sólo sus ficciones, está los ensayos que escribe, las respuestas que da a ciertas instancias de la realidad. Si me preguntan acerca de los problemas de Bolivia, por ejemplo, y voy con la excusa de que "sobre eso no opino, estoy escribiendo una novela", en realidad no soy un escritor comprometido, sino un escritor cómplice del sistema. Ahora, si me piden que escriba una novela para dar testimonio de eso, no lo haré, porque no creo en ese tipo de literatura. Creo que un escritor comprometido puede escribir cuentos fantásticos, poemas de amor, lo que quiera, como lo demuestra la historia. ¿Dónde está el compromiso político de Lorca en su obra? Sin embargo, a Lorca lo fusilaron. ¿Qué es lo que puso en su compromiso? Su cuerpo. ¿Qué es lo que debe poner todo hombre en su compromiso ideológico y político? Todo lo que tiene, que es su cuerpo. Que pueda poner o no su literatura es secundario. Algunos pueden: Neruda pudo a veces, a veces muy mal y a veces muy bien; podía Maiakovski, pudo Nicolás Guillén, no todos los escritores pueden. ¿Yo voy a retirar los versos de Miguel Hernández porque no son políticos? De ninguna manera. Además creo que es una idea bárbara del compromiso, que no está realmente en Sartre, que fue tomada de Sartre, mal, por escritores mínimos que pusieron el compromiso por encima de la literatura sin darse cuenta que una literatura, para ser literatura comprometida, debe ser previamente literatura". Abelardo Castillo (escritor argentino).


20.8.09

Voltaire y el lumpen

Una respuesta que no pensaba ofrecer

Las observaciones que yo y otras personas hicimos al libro de Gregorio Martínez recibieron ya varias respuestas. En una, el mismo Martínez llama a uno de sus críticos "mami de lenocinio".

En otra, un señor de apellido inocente y raciocinio inimputable ofrece un repertorio de prejuicios cavernarios, aportando a la discusión las siguientes formas de referirse a sus interlocutores:

"Una loca desatada, furiosa y petulante".

"El verbo alharaquiento y pretencioso de una loca rabiosa".

"U
na vieja blanca, orgullosa y arruinada".

Es decir, mientras acusa a los demás de racismo, esta persona demuetra su propia homofobia, el sexismo de su lenguaje y el espíritu racista de su clasismo (en el que "vieja" y "blanca" son usados sin remordimiento alguno como términos derogatorios).

Agradezco la prontitud de ambos exabruptos, que me permiten ilustrar nuevamente a qué me refiero cuando hablo de lumpenización en nuestra literatura.

No tiene nada que ver con el origen social o étnico, ni la postura ideológica o política de los sujetos implicados: tiene que ver con la manera sistemática en que desmantelan el debate para reemplazarlo con los prejuicios profundamente reaccionarios de su discurso.

No hay nada oscuro en los motivos por los cuales Martínez y el otro consideran que "loca", "vieja", "blanca" y "mami" son insultos, insultos que probablemente ellos ven como estocadas imbatibles.

Y para terminar con el asunto, quiero hacer notar una pasaje excepcional del texto del inocente acólito de Martínez, aquel en el que reivindica, aplaude y pone como ejemplo a seguir un párrafo de Voltaire:
"Voltaire, como Montaigne, también se revuelve en su tumba, sobre todo aquél Voltaire que le escribió a su amigo el rey de Prusia "que prestará un servicio inmortal al género humano si consigue destruir esa infame superstición, la religión cristiana, no digo en la canallla, indigna de ser esclarecida y para la cual todos los yugos son buenos, sino en la gente de bien"".
Curiosamente, si leen bien el texto, notarán que Voltaire propone que el rey se encargue de "esclarecer" la mente de "la gente de bien", y que se despreocupe de la educación de "la canalla indigna".

En otras palabras, lo que aplaude Rafael Innocente (ya me cansé de circunnavegar su nombre), es la idea de que lo que en ese tiempo se llamaba el bajo pueblo, la chusma, no debía de recibir mayor educación, porque para ella "todos los yugos son buenos".

Bueno, pues. Yo evidentemente no creo en la idea que Innocente aplaude en Voltaire: yo creo que las clases populares son vital y necesariamente cultas, creadoras de un saber y una producción cultural rica, atendible y que permanentemente deja su huella en el resto de la sociedad.

De hecho, he escrito dos libros que apuntan a subrayar eso en diversos periodos históricos, uno ya publicado y otro recién terminado de corregir.

También creo que, como en todas las otras clases, hay en las clases populares un elemento lumpenizado, en sectores que no deben sin embargo mantenerse marginados, sino que deben incorporarse al resto de la sociedad a la que, ciertamente, de otra manera, amenazan con consumir.

La respuesta a la lumpenización, por cierto, no está en la defensa anacrónica de los prejuicios raciales, étnicos, sociales y culturales de la burguesía costeña peruana. Está, precisamente, en lo contrario: en el hallazgo de los mecanismos horizontales y mutuos de incorporación.

En ese sentido, hay unos cuantos héroes culturales que son particularmente cruciales en el proceso. No es habitual confeccionar una nómina con esos nómbres múltiples, pero yo quiero hacerlo, aunque sea con las figuras que me pasan por la cabeza en este momento, por amor de la polémica y como homenaje a artistas como Óscar Colchado Lucio, Yuyachkani, Claudia Llosa, Susana Torres, Carlos Runcie Tanaka, Josué Méndez, Palito Ortega, Edgardo Rivera Martínez, Antonio Gálvez Ronceros, Enrique Rosas Paravicino o Luis Nieto Degregori.

Se trata de artistas que no se dan de cabezazos contra diversas redes de prejuicios seculares, ni tampoco las evitan, sino que trabajan a través de ellas, cruzándolas, transponiéndolas, encontrándoles las fisuras y los hiatos y las contradicciones, para desmontarlas.

Se trata de los artistas que abren la trocha de los Andes a la costa, en vías de ida y vuelta, y que un día darán lugar a un país de peruanos sin contiendas entre andinos y criollos, las mismas vías que, de formas diferentes, han intentado abrir antes otros artistas e intelectuales, como José Carlos Mariátegui, José María Arguedas, Gamaliel Churata, Ciro Alegría, Hilario Mendívil, o, con vaivenes no siempre explicables, Mario Vargas Llosa.

18.8.09

"En cierta forma"

¿Qué cosa quiso decir?

Es difícil enumerar qué cosas fueron dichas por unos y otros, pocos años atrás, cuando se produjo la llamada polémica de andinos y criollos.

Es un poco más fácil enumerar una serie de cosas que no fueron dichas nunca en ninguno de los intercambio de aquel debate. Por ejemplo, nadie dijo entonces lo siguiente:
"Estas dos posiciones responden a una visión diferenciada con lo que ocurrió aquí en la guerra interna; los escritores andinos están parcializados en cierta forma con uno de los grupos beligerantes, mientras los otros reflejan la visión criolla, la defensa de la seudo democracia, la seudo libertad, etc".
Nadie dijo eso. Nadie dijo jamás que se pudiera identificar a los escritores "andinos" como "parcializados" en favor de alguno de los "grupos beligerantes".

Nadie jamás propuso la idea de que la polémica entre andinos y criollos fuera un enfrentamiento entre pro-terroristas y defensores del Estado.


No hasta ahora. Porque la frase que cito dos párrafos arriba no la he inventado yo, sino que la ha escrito y publicado Rodolfo Ybarra, en la revista online chilena Letras.s5, dentro de una
entrevista al novelista peruano-norteamericano Daniel Alarcón.

La frase de Ybarra contiene una lamentable deformación del carácter de aquel debate y supone una simplificación y una ofensa.

La deformación: Ybarra convierte la polémica entre "andinos" y "criollos" en un debate sobre la guerra, un debate, además, librado entre bandos que se habrían alineado tras las mismas banderas enfrentadas en esa guerra.

La simplificación: Ybarra obvia la verdad transparente de que no hay nada, ningún discurso discreto, ninguna ideología identificable que pueda llamarse "la visión criolla", y que entre los llamados escritores "criollos", la diversidad de posturas políticas es patente.


La ofensa: un número significativo de los llamados "escritores andinos" fueron defensores del orden legal, no tuvieron nunca simpatías por Sendero Luminoso o el MRTA, o se opusieron a ellos. No merecen de ninguna manera la esquemática asociación que practica Ybarra.

Dicho sea de paso, la simplificación tiene una dimensión adicional: la idea de que la violencia política en el Perú fue un choque entre grupos beligerantes que habrían sido, uno, defensor del país "criollo" y, el otro, defensor o reivindicador del país "andino".


Nadie fue tan atrozmente victimizado por la violencia como lo fueron las poblaciones andinas, sus comunidades, sus formas de organización, que el Estado habitualmente ha explotado (o simplemente desconsiderado) y que Sendero Luminoso menospreciaba por arcaicas: ambos lados las atacaron y las acosaron durante la guerra.


Quizá Ybarra sufrió sólo un desliz de la lengua y no quiso decir lo que dijo (aunque hay que recordar que la entrevista es suya, hecha, transcrita y editada por él mismo). Quizá la clave de lo que quiso decir se encuentra en su frase "en cierta forma", pero lo real es que su texto no ofrece ningún esclarecimiento en torno a ello.


16.8.09

Montaigne se revuelca en la tumba

Algo más sobre el último libro de Gregorio Martínez

La columna de ayer de Gregorio Martínez en el diario
Perú 21 me permite volver sobre el punto que señalé en un post anterior: Martínez no es un escritor, y ciertamente no es un ensayista, sino un paciente de verborragia que confunde su malestar con una virtud.

Y no digo esto porque yo sea la víctima de su descarga. Aparentemente, de hecho, no habla de mí, sino de un pariente mío ficticio que, en caso de existir, respondería al nombre de Augusto Faverón, y quien, según parece, se basa en Gobineau, Riefenstahl y Goebbles para decir que el último libro de Martínez es malo.

Ay, primo Augustito. No debiste ir tan lejos con los argumentos. Te hubiera bastado con decir, como dije yo, que el libro es malo porque es una acumulación de ideas descosidas e infundadas envueltas en un lenguaje absurdamente enamorado de su propia insuficiencia. Y porque la bajeza de los ataques personales de Martínez contra otros personajes de la vida literaria peruana no tienen cabida en un libro de ensayos.

El artículo en
Perú 21, como digo, permite volver sobre el argumento de mi post anterior y proporciona un ejemplo de lo que observé: Martínez palabrea pero nunca sabe de qué está hablando.

Tomen como ejemplo la curiosa referencia a San Agustín en el segundo párrafo, donde le atribuye la autoría de la célebre pregunta "¿Cuántos ángeles pueden bailar en la punta de una aguja?"

Dejemos de lado que la frase común no habla de la punta de una aguja, lugar por demás incómodo para la danza, aunque sea de un coro de querubines. La frase habla de la cabeza de un alfiler.

Se trata, por supuesto, de una frase que Agustín nunca escribió. De hecho, es una frase que, según quienes le han seguido la pista, fue formulándose poco a poco desde inicios del Renacimiento (hablamos de
un milenio después de muerto el santo) para caricaturizar la supuesta trivialidad de la angelología y la filosofía escolástica.

Casi de inmediato, en virtud de su sinapsis maltrecha, Martínez pasa a hablar de Marx y su introducción del "vocablo lumpen" en la teoría política.

Entonces, siguiendo un razonamiento imposible de esclarecer, concluye que quien llama "lumpen" a la ensayística de Martínez es un fascista, un clasista, un imperialista, un hitleriano y un racista lombrosiano, pues cualquiera que ataque al lumpen está atacando al pueblo y, según parece, Martínez es el pueblo mismo encarnado, y por lo tanto... En fin.

Problemas:

1. Marx introdujo el término "lumpenproletariat", no el término "lumpen", que es y era palabra corriente del alemán.

2. Precisamente, Marx lo hizo para deslindar y demarcar una distancia entre el proletariado francés, por un lado, la burguesía francesa, por otro, y la facción de clase bautizada por él, retrospectivamente, como lumpen-proletariado, que siguió a Luis Bonaparte en 1848.

3. En Marx, la idea crucial es que el lumpen-proletariado, al apoyar a Bonaparte, permite el triunfo de los programas de la burguesía, atentando, acaso involuntariamente, contra la coronación de lo que debían ser las reivindicaciones del proletariado.

4. La teoría marxista clásica, empezando por Engels y Marx mismo, observó que el lumpen-proletariado, lejos de ser identificable como una fuerza movilizadora de los programas de reivindicación del proletariado, era el sector popular más inclinado a adquirir y defender en la práctica discursos reaccionarios.

5. Me permito observar que en el Perú sí hay un lumpen-proletariado, que no es identificable con las clases populares, y que, en alianza con la lumpen-burguesía, son, por poner un ejemplo muy a la mano, la base activa del fujimorismo.

6. Marx no pudo hacer ningún tipo de vinculación entre "lumpenización" y cualquier concepto étnico, pues el
lumpenproletariat no era étnicamente distinto de las otras clases en la Francia de 1848.

Pero hay algo más importante: el post al que se refiere Martínez no contiene alusión alguna al lumpen-proletariado, sino a la lumpenización de la esfera intelectual peruana, proceso que, según creo, sigue como furgón de cola a la lumpenización de nuestra esfera pública y nuestra esfera política.

Siendo así, ¿de dónde extrae Martínez la noción de que dicho post sobre su libro contiene una alusión de clase? ¿Es que para él "lumpen" y "pueblo" o "clases populares" significan lo mismo? Si es así, me permito dejar en claro que para mí no lo son, y allá él con sus prejuicios.

¿Y cómo llega Martínez a la conclusión de que la crítica a su libro es racista, cuando es transparente que el post en cuestión no hace alusión racial o étnica de ningún tipo? ¿Es que Martínez cree que "lumpen" y "cholo" o "negro" o "mulato" son términos equivalentes? Si es así, me permito dejar en claro que para mí no lo son, y allá él con sus prejuicios.

Lo que pasa es bastante más simple. Martínez --que no tendría siquiera cómo empezar a demostrar que su libro es portador de alguna diminuta idea de inteligencia ponderable-- recurre a una salida triste hasta el patetismo: acusar de racista a cualquiera que diga que su ensayo no vale la pena. Lo que en Estados Unidos llaman "playing the race card".

Esta cantidad de errores y desinformaciones (para no hablar de los puros insultos) es capaz de cometerla Gregorio Martínez en una columna de quinientas palabras.

Multipliquen la cifra de dislates por el número de páginas de su libro de ensayos y entenderán a qué me referí cuando dije que su libro era extremadamente malo, una suma de arbitrariedades y desbarradas sin vínculo alguno con lo que se espera de un trabajo intelectual, mucho menos uno que recibe un premio en un concurso de ensayo.

Por eso consiero a su libro un ejemplo de lo que llamé la lumpenización de nuestra esfera intelectual: en vez de ideas, pataleos; en vez de razones, insultos arbitrarios; en vez de datos veraces, atribuciones mentirosas; en vez de nociones, trabalenguas; en vez de lucidez, llantos atrabiliarios; en vez de argumentaciones, nombres citados poco menos que al azar.

Sólo para que mi posición quede clara y no vuelva a ser manipulada por el abracadabrante Martínez: el proceso de lumpenización no es identificable con el proceso de ascenso y promoción de las clases populares y la cultura popular; el proceso de lumpenización es, de hecho, el mayor enemigo de los intereses de ese ascenso y esa promoción.

Anexo
¿Sigo enumerando errores y pequeñas falsedades?


1. Martínez se refiere a Goebbles como ministro de Cultura de Hitler, cuando fue ministro de Propaganda.

2. Trastabillando en su desbaratada sintaxis, y en alusión a Leni Riefenstahl, Martínez dice que un ensayo de Susan Sontag previó que el ejemplo de sus películas sería usado por otros para deslizar propaganda fascista. Sontag nunca dijo una cosa tan obvia: su ensayo es sobre el trabajo fotográfico de Riefenstahl, casi treinta años después de la guerra, trabajo que la ensayista americana consideraba aún racista y fascistoide pese a que en apariencia era todo lo contrario (trabajo étnico sobre tribus africanas).

3. Martínez atribuye a la agencia norteamericana DARPA y al Pentágono todo el trabajo de creación de la internet (posiblemente confundiendo internet con la arcaica ARPANET) y afirma que la iniciativa privada nada tuvo que ver. Qué dirán Harvard, el MIT, Stanford y las demás
decenas de instituciones privadas que colaboraron durante décadas para la construcción del proyecto.

4. Last but not least, Martínez comete la aberración de decir que los suyos son ensayos porque, siguiendo el ejemplo de Montaigne, sus textos son
intentos de decir algo. Le atribuye a Montaigne la idea de que "un ensayo jamás es un estudio riguroso". Lamento darle la noticia de que Montaigne llamaba "ensayos" a sus textos precisamente porque eran intentos de lograr la elucidación transparente y desapasionada de un determinado tema.

Si quieren darse una idea clara de la diferencia, lean a Montaigne y luego lean a Martínez.

11.8.09

Otra mirada

La compleja segunda cinta de Claudia Llosa

Apenas hace dos días pude ver
La teta asustada, segunda cinta en la ya más que interesante filmografía de la directora peruana Claudia Llosa.

Es una historia hecha de contrapuntos: los interiores opacos y los exteriores inabarcables; los silencios y la invasión de ruidosa festividad; el quechua y el español; el nacimiento y la muerte; los ascensos y los descensos; la opresiva inercia de la vieja aristocracia y la transitiva movilidad de lo popular, etc.

Fausta, la protagonista (extraordinaria Magaly Solier), no parece atravesar muchas calles para llegar desde su casita pobre y desmoronada hasta la mansión donde trabaja como sirvienta: el portón eléctrico del jardín sirve de frontera y de aduana entre la casona burguesa y el ajetreo de un laborioso mercado.

Ese es el tipo de concisión y de síntesis que engendra símbolos en la cinta de Claudia Llosa: la hoy clásica metáfora de Ángel Rama (la imagen de la ciudad letrada, cercada por muros, ensimismadamente generándose a sí misma como fuente de un poder ilustrado) es invertida, puesta al día, incluso corregida, en una sola imagen.

En
La teta asustada, la ciudad de Rama sobrevive apenas, entre las cuatro paredes de la mansión y en el mínimo y tangencial atisbo de una sala de conciertos. La ciudad popular, en cambio, es por lo menos doble (y sus dos regiones las une una flaca escalera en la ladera de un cerro): por un lado, un haz de callejuelas comerciales; por otro, un dédalo de barrios marginales, palpitantes, acaso transitorios.

Voluntariamente o no, Llosa toma la alegoría de Rama y la transforma en muchas direcciones, de las que acaso dos son especialmente notables.

Por un lado, Llosa enforca su atención en la densidad de formas y formalidades que organizan el múltiple universo de las clases populares, es decir, precisamente, el anillo exterior de la ciudad, en el que Rama parecía no percibir organización alguna (se refería a él como una exterioridad un tanto amorfa, a la que llamaba "la campana de vacío").

Por otro lado, Llosa subraya la idea de que es entre las clases populares, especialmente entre los migrantes andinos y su descendencia, donde han de buscarse las nuevas voces de la creatividad, la imaginación, la evocación de la historia y la memoria; que, aun habiendo sido las más maltratadas, desplazadas y escarnecidas, son esas las voces más vivas de la ciudad, de la nueva ciudad.

Ese es el sentido del contrapunteo que se establece entre la voz de Fausta, narrativa y memoriosa, expiadora e introvertida, armoniosa y original, y la sequía creativa de la dueña de casa, mujer enclaustrada y desértica, menguante, que de alguna manera alcanza a intuir la cratividad de la otra y pretende, aunque sólo superficialmente, sólo por instinto de supervivencia, alimentarse de ella.

En uno de sus ensayos más recurridos, Walter Benjamín comparó la distancia y la lejanía que media entre la voz de un narrador contemporáneo y su audiencia, por un lado, con, por otro lado, la cercanía inherente a la voz de un tradicional contador de historias y la comunidad a la que le hablaba y de la cual hablaba.

La Fausta de Claudia Llosa (y de allí tal vez la terquedad sobreviviente que evoca su nombre) quiere mantener lo mejor de ambos mundos: es cada vez más parte de una sociedad moderna, y sin embargo mantiene la vitalidad inmediata y el enraizamiento de lo tradicional.

Al plantear ese asunto (con la delicadeza de un estilo que transita del surrealismo al neorrealismo con insólita naturalidad), Claudia Llosa nos recuerda, por segunda vez, que el arte narrativo puede ser inmensamente original, audazmente innovador, tremendamente personal, y hablar, al mismo tiempo, de los grandes temas de una sociedad de maneras provocadoras e inteligentes.

10.8.09

Nuestro cono

Volvemos a la conversación

¿Dos (o más) interlocutores están, al menos en apariencia, seriamente interesados en decirse algo el uno al otro, pero son poco menos que incapaces de escucharse mutuamente?

¿Y mientras tanto otras personas oyen lo que ambos dicen, es decir, aquellos mismos mensajess frustrados que los dos primeros no alcanzan a captar?

Cuando yo era feliz e indocumentado, a eso se le llamaba "el cono del silencio". La era ciberespacial ha generado su propia versión contemporánea: el blog.

Todo esto, sólo para contarles que regreso al blog regularmente dede esta semana (luego de otros dos días en Rio de Janeiro, y tras mi encuentro casi traumático con los libro de Caio Fernando Abreu, cosa de la que les hablaré más adelante).

Sigamos, pues, con nuestro diálogo de sordos.

6.8.09

Status quo

Asesinato de la novela por el novelista

En la mayor parte de las industrias de este mundo, sobre todo en las que no quieren satisfacer necesidades primarias, los negociantes no buscan ofrecer los productos más tradicionalmente aceptados, sino los más novedosos y originales.

En la industria editorial, crecientemente, se intenta no arriesgar y no romper (no rajar, no astillar, no tocar ni con el pétalo de una rosa) la estricta monotonía de lo ya conocido.

La mayor parte de lo raro, lo inesperado, lo complejo, lo distinto y lo exigente se margina, se guillotina y se deja de lado, por inseguro, porque las cifras son demasiado grandes para apostar sin que se pueda prever el éxito.

Tras esa amputación, una vez cercenado todo lo arriesgado, la industria editorial bautiza como polémicos, escandalosos, osados o sorprendentes a textos que son convencionales y previsibles: se reemplaza al escritor temerario por el equilibrista con red y cinturón de seguridad, y se glorifica a este último como si fuera un pionero de verdad.

Todo está tan estandarizado que en los últimos años basta con que un autor escriba novelas muy cortas o novelas muy largas o novelas con personajes sin nombre propio o novelas con párrafos cortitos o larguísimos para que la editorial lo publicite como un terremoto de hipervanguardia.

El margen que las editoriales se reservan para proponer libros realmente originales es cada vez más estrecho y es menguante: si hoy, en el ámbito hispano, queda todavía espacio para un libro de Piglia o un libro de Ponte o la gran novela póstuma de Bolaño, ese terreno podrá dejar de existir dentro de poco.

Y de tanto escribir novelas que nacen anquilosadas, endurecidas, prefabricadas, igualitititas, novelas para el aeropuerto, el resort y el salón de belleza, los novelistas podrán matar a la novela; de hecho, ya están propiciando su posible decadencia. No se dan cuenta de que la inmovilidad de las fórmulas es el rigor mortis del arte.

5.8.09

Prohibido pensar

La lumpenización de la inteligencia ataca de nuevo

La cosa ya había sido apuntada por la revista Caretas hace varios meses, cuando Diccionario abracadabra: ensayos de abecechedario, del escritor Gregorio Martínez, resultó ganador de la I Bienal de Ensayo Premio Copé Internacional 2008.

Ahora, el blog de Rodolfo Ybarra saca a relucir el asunto nuevamente: el texto de Martinez está salpicado de ofensas gratuitas a terceras personas, dichas con la vulgaridad más notoria y con una inconcebible ligereza.

El libro de Martínez tiene otros rasgos que, hasta ahora, creo yo, no se han señalado suficientemente. Uno es su inconfundible estupidez, laboriosamente disfrazada de viveza criolla. Otro, su carencia de ingenio, mal barajada por un fraseo tan trabajoso que sería impensable en una mala tarde del Chato Barraza.

Desde el punto de vista intelectual, el problema es que ese volumen, como digo, resultó triunfador no en un festival de chascarrillos ni en una maratón de humoristas vecinales, sino en un concurso internacional de ensayística, en el que quedaron relegados a la simple mención trabajos serios de investigación elaborados por autores como los peruanos Eduardo Dargent y Carlos Garatea Grau y las venezolanas Beatriz Peña Núñez y Mariana Libertad Suárez.

¿Quiénes premiaron a Gregorio Martínez? En el jurado estaba un autor de tanto mérito como el novelista Edgardo Rivera Martínez; dos profesores de la Universidad Catolica: Jorge Iván Pérez y Víctor Vich; además de Sinesio López y el crítico literario y profesor sanmarquino Miguel Ángel Huamán.

La opinión de ese jurado sobre el libro de Martínez fue la siguiente:

"Este ensayo no solo recorre el pasado y el presente sino que los hace dialogar por medio de una prosa literaria muy fluida, sobre la base de una muy asentada radiografía cultural".

Un ejemplo de la fluida y sutil lengua literaria de Martínez y la profundidad de la mencionada "radiografía cultural" lo podemos encontrar al final de su larga parrafada circunstancial sobre el concepto de zoofilia:

"Entonces, ¿qué anatema impide que el sentimiento manifiesto, besos, caricias, infinita ternura como la que el poeta Juan Cristóbal le brindaba a su perra Zorba, pueda ahondar por la ruta sexual? ¿En qué radica la monstruosidad? Nada más pregunto si la manteca es unto. Porque Michel Foucault pensaba que se trataba de una confrontación entre la mitología griega, que acepta la zoofilia, y la mitología judeocristiana que la rechaza de plano".

Así, con la premiación de este libro que hace pocos días presentaron Marco Martos e Hildebrando Pérez, ha empezado a brillar la Bienal de Ensayo Premio Copé Internacional. La millonaria empresa que respalda al concurso y los académicos que sirvieron en el jurado nos mandan un mensaje transparente: nada de pensar demasiado, nada de investigar, nada de elaborar ideas: lo que vale es el palabreo idiota y la grosera agresividad, lo que se premia es el ataque personal y la verborragia sin ton ni son.

(Mi opinión sobre los escritos "ensayísticos" de Gregorio Martínez ya ha aparecido antes en este blog: aquí, aquí y aquí).