28.4.10

Los fuji-fachos

Lo de la PUCP es un problema de todos

En un lugar donde las ideas valieran como ideas y los discursos se parecieran a las convicciones, pocas cosas podrían hacer felices simultáneamente a un liberal y a un fascista.

El Perú, claramente, no es ese lugar y la sentencia del Tribunal Constitucional que, en la práctica, coloca a la Universidad Católica en manos del Opus Dei a través de un viejo aliado de la dictadura fujimorista, es una de esas cosas que contentan hasta la exultación a fascistas y a seudo-liberales.

Mejor de lo que pueda explicarlo yo, lo ha explicado Ricardo Vásquez Kunze en una columna de opinión en Perú 21: la Universidad Católica corre el riesgo, ahora sí, de volverse el bastión de la estupidez más reaccionaria en el Perú y los que se dicen liberales celebran como si el fallo del Tribunal Constitucional le estuviera otorgando el poder sobre la universidad al fantasma de Karl Popper.

Y en medio de todo esto, sorprendentemente, el mismo Perú 21 decide dar tribuna ya no a esos lobos con piel de cordero que son los fachos disfrazados de liberales --a esos los puede acoger perpetuamente su gemelo gore, el matoncito Aldo Mariátegui--, sino a un lobo con vendajes de momia egipcia y cerebro de fósil antediluviano: se trata de Oliver Stark, quien en una columna de opinión propone, sin ambages, medias tintas ni eufemismos, la institucionalización del fascismo en la esfera política peruana.

Stark (aquí pueden ver de quién se trata), en un texto deshilvanado y en extremo caricaturesco, reivindica el fascismo de Riva Agüero en el origen mismo de la Universidad Católica y, apenas entre líneas, festeja la posibilidad de que la institución camine hacia él. Pero además propone el fascismo como una opción de "camino medio" entre el socialismo y el capitalismo para la política peruana: así como lo oyen: ¿en la mente de qué desvalido cabezahueca puede el fascismo ser un "camino medio"?

Pero no es para tomarlo simplemente como un exabrupto: quienes lean Puente Aéreo saben que el fascismo, con todo lo risiblemente desprestigiado que está desde hace décadas en cualquier esfera intelectual, tiene los pies puestos en la Universidad Católica, en su misma plana docente, en este momento. Quienes se interesan por las idas y venidas de la PUCP saben también que hay incluso personajes que no orbitan lejos del fascismo que abrigan esperanzas de alcanzar el rectorado, desde dentro, y que, oh sorpresa, estuvieron fuertemente vinculados a la dictadura de Fujimori.

¿Qué se puede hacer? ¿Qué cosa pueden hacer los estudiantes, los profesores, los innumerable ex-alumnos de la PUCP, para evitar un escenario en que las líneas maestras de la universidad sean dibujadas por individuos como el deplorable cardenal Juan Luis Cipriani y Francisco Tudela, el canciller del fujimorismo?

Ese triste pero posible panorama, recordémoslo, no es el de una simple crisis interna para la Universidad Católica. La PUCP es la institución más solvente de la academia peruana, es uno de los motores de nuestra intelectualidad, una de las pocas tablas de salvación de nuestra sociedad si es que alguna vez esperamos salir del agujero en el que los Fujimoris y los Garcías nos han enterrado. ¿Se puede permitir que quede precisamente en manos de ellos mismos?

¿Cuánto tiempo pasará antes de que desaparezcan el Instituto de Derechos Humanos de la PUCP, las valiosas cooperaciones entre la universidad y la sociedad civil o los mecanismos de difusión y construcción de una cultura al alcance de todos que la PUCP promueve a través de eventos como el Festival de Cine de Lima?

¿Cuánto tiempo antes de que un espurio sucedáneo del Instituto de Derechos Humanos empiece a publicar, con el respaldo del nombre de la PUCP, textos dedicados a desestimar el trabajo de la Comisión de la Verdad, que fue hecho en gran medida por estudiosos de la universidad que, de implementarse la decisión del Tribunal Constitutional, no serán soportados mucho tiempo más dentro de la institución?

¿Cuánto tiempo pasará antes de que el ya decaído Fondo Editorial pase a convertirse en el aparato de difusión de la ultra-derecha o a basurizarse hasta el extremo en manos de una banda de ignorantes como los que descalabraron las instituciones culturales del Estado bajo la mano de Fujimori?

¿Cuánto antes de que el contenido transparentemente fascista de ciertos cursos del currículo de Derecho se conviertan en el contenido mandatorio para todos los estudiantes que pasen por esa facultad? ¿Cuál será el rol social e histórico de la PUCP cuando su estándar moral lo decidan quienes postulan la destrucción y el inmediato olvido de la destrucción como modus operandi para el Estado?



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24.4.10

Boutade fotográfica, 1

Borges en... ¿La Biela? (No, no es La Biela)

El documento gráfico que presentamos es la prueba innegable (que nadie andaba buscando) de que el maestro argentino era ciego.

¿De qué otra manera se explicarían las siguientes verdades inobjetables?:

1. Por salir apresuradamente de casa no notó que en vez de llevar el bastón, cogió el látigo de alguna doncella-dominatrix.

2.Es claro que los dependientes del café están lanzando todas las indirectas posibles para que el cliente abandone el local (nóteses el apilamiento de sillas por todas partes y la puerta discretamente entreabierta hacia afuera). Y el cliente no percibe ninguna.

3. La cara de profunda decepción de la señorita de la minifalda y las botas blancas: Borges ha permanecido evidentemente ajeno a sus encantos. Asimismo, Borges no percibe que son los años 70s (o son los 80s y la que no percibe el paso del tiempo es la señorita).


4. Es notorio que Borges cree estar posando para un retrato de frente cuando el fotógrafo está a un costado de la barra. Quizá incluso piense que el escenario es la Biblioteca Nacional.

Lo único que me sigue intrigando es para qué lleva Borges consigo, en el bolsillo de su saco, un lápiz Mongol No. 2 amarillo con borrador rojo y por qué el lápiz está mordido en ambos extremos. (Puente Aéreo tiene su propio programa de magnificación de imágenes, en caso se pregunten como estoy tan convencido del dato).

¿Alguien tiene alguna teoría?

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21.4.10

Los recitales

Y por qué me escarapelo ante su sola mención

Cuando estaba en los primeros años de la universidad, en la Católica, asistí a varios recitales poéticos. Incluso leí mis propios poemas en algunos de ellos; a tanto llegó mi desfachatez.

Recuerdo uno en particular: un largo desfile de más de veinte poetas (y un monólogo teatral), en un gran salón de Letras lleno de bote a bote, lo que resultaba especialmente llamativo considerando que había otros dos recitales al mismo tiempo en el campus y todos estaban similarmente pobaldos. Es sabido que en la Católica dos de cada quince estudiantes son poetas y al menos uno de ellos merece la inmortalidad (a su juicio).

Como parte del público embobado, me tocó escuchar algunos recitales memorables: Enrique Verástegui caminando a la hoguera con Giordano Bruno; Rodolfo Hinostroza carraspeando con vozarrón de barra brava las épicas estrofas de "Nudo borromeo", Antonio Cisneros o Ernesto Cardenal remezclando sus nuevos cantos y sus viejos epigramas.

También recuerdo los especialmente estúpidos y los gratuitamente beligerantes: un poeta que se llamaba César Ángeles, por ejemplo, terrible imitador de Luis Hernández, gritándole al hermano de Luis Hernández, en un homenaje al poeta muerto, que Luis Hernández era suyo y no del hermano.

Aunque no reniego de los buenos recitales a los que fui, los otros en cambio me erizan la piel de vergüenza propia y de vergüenza ajena. Hace veinte años, quizás, que no voy a un recital: la costumbre me curó a punta de espantos y me vacunó con carácter, espero, vitalicio.

Los recitales de poesía, que son el más burgués de los ritos literarios, son una costumbre heredada sobre todo, curiosamente, por quienes más antiburgueses se proclaman.

Los recitales del antiguo modernismo hispanoamericano eran una mezcla de soirée de damas de tertulia y concierto de Julio Iglesias: los poetas declamaban encaramados en un podio y luego firmaban álbumes con rúbricas, garabatos y florecitas e improvisaban al margen de la página sus peores rimas "de ocasión".

Los recitales de la vanguardia europea, y por calco y herencia los latinoamericanos, eran bastante menos reverentes en forma, tenían algo de la calidad de un acontecimiento estético en sí mismos, y muchas veces eran, además, precisamente antiburgueses. Pero no dejaban de ser el mostrador de exhibición de quienes se sentían distintos y adelantados.

La última transformación más o menos fundamental vino con los beats, la acogida del jazz en el mundo poético, la experiencia de la música y la poesía reunidas nuevamente, como en su origen mítico y en su pasado histórico, y otra vez los recitales fueron presididos por el espíritu de la protesta anti-establishment.

Pero yo no vi ninguno de esos. Yo lo que vi fue la procesión interminable de los egos grandotes y los poemas chiquitos: la vanidosa exposición de lo crudamente mediocre en una ceremonia de orgullos olímpicos. Lo que vi fue a poetas más interesados en el espacio, los ojos y las bocas del recital que en los textos escritos o compuestos.

El recital limeño es como el concurso de belleza de los feos y los jurados tuertos: cada quien está listo para ser democráticamente deslumbrado por lo que le guste a la mayoría o para emitir el juicio destructor de lo que disguste a la mitad más uno; todos están seguros de que al lado de lo propio lo ajeno es un galimatías insípido y hueco; noventa y nueve de cada cien poemas son idénticos e idénticamente olvidables y el que es diferente resulta poco menos que imperceptible, opacado en la marisma de medianías.

Los recitales se han devaluado cada vez más, por cierto. Si alguna vez marcaron hitos en la esfera pública, hoy son hitos de la historia privada, rincones meramente propios en la autobiografía, o, en el mejor de los casos, casetas de peaje en el callejón sin salida del colectivo miniatura, del grupúsculo incoloro que piensa estar escribiendo leyendas aunque nadie jamás las lea.

(Dicho sea de paso, por eso es que, como acaso habrán notado, no suelo anunciar recitales poéticos).

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18.4.10

Bajazor (sin paracaídas)

Entrevista a Vicente Huidobro

Lo que sigue es un fragmento de una entrevista hecha por el diario La Nación, de Santiago de Chile, al poeta Vicente Huidobro, publicada el 28 de mayo de 1939.

Cuando el periodista se empeña en preguntar por ciertos nombres propios, las cosas se ponen sumamente divertidas.

(Ah, y en la foto aparece Huidobro con un grupo de actrices de Hollywood. La que está tomada de su mano, Lya de Putti, dicho sea de paso, era una verdadera celebridad en su tiempo: una suerte de némesis-look alike de Louise Brooks).


¿Qué significación da Ud. a las viejas escuelas, la simbolista, el parnasianismo y el modernismo?

Creo que todas las escuelas han sido buenas, porque han significado un proceso de la poesía en diversos caminos, han significado una agudización, un ahondamiento del sentido poético. Pero, naturalmente, lo más importante dentro de cada escuela ha sido el aporte de ciertos grandes poetas que por su propia grandeza salen más allá de sus escuelas, rebasan por todos lados.

¿Cuáles son, para Ud., los valores más altos que Ud. admira en esas escuelas pasadas?

Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Jarry, Apollinaire. Pero si le he de decir verdad, prefiero los poetas de mi tiempo a casi todos los pasados. Para mí, la poesía que más me interesa comienza en mí generación y para hablar claro, le diré que empieza en mí. Esto no quiere decir que no admire a las grandes figuras de otros tiempos, les admiro y respeto mucho, pero prefiero a los míos, a los que están más cerca de mi pecho.

¿Qué piensa de García Lorca?

Que es un poeta muy mediocre. Para mí no tiene ningún interés. En general, los poetas españoles carecen de imaginación y de inteligencia poética. La literatura española está aplastada por la retórica, esa terrible retórica del Mediterráneo, que mantiene ahogados bajo su lápida a todos los escritores de España, de Italia y muchos de Francia. Bueno, en realidad, Italia no tiene escritores sino escribanos, como el imbécil del tal Petigrilli, el tanto furibundo de Marinetti y el tonto estético de D'Annunzio, con su cortejo de frases con miriñaques y crinolinas. Es increíble en el país del Dante, de ese genio cósmico, asombroso, que cada día me parece más admirable. Lo mismo sucede en España. ¿Cómo es posible que el magnífico impulso dado por los grandes poetas del Siglo de Oro no haya tenido continuidad? ¿Qué se hizo el genio español? Esto ha sido siempre, para mí, un motivo de misterio y de miles de conjeturas. Seguramente el descubrimiento de América desvió la imaginación española hacia la aventura vital de los exploradores y conquistadores, y la alejó de toda aventura intelectual; el español puso su acento en otra clase de conquistas que las espirituales. Y luego la retórica, la terrible retórica mediterránea, es como una lápida sobre el corazón, como un casco apretando los sesos; una verdadera armadura de hierro. Fíjese Ud. que todos los españoles de hoy escriben con un tono engolado, que parece salido de otros siglos, en un estilo tieso, rígido, con carrasperas de fantasmas y frío, de catedrales o humedad de cementerios. Escribir bien, para un español, es escribir como se escribía antes. Por eso la literatura española tiene tan poca vida. No han producido nada en una cantidad de ramas y subramas de las letras. No tienen un solo gran dramaturgo, ni un novelista de primer plano, ni un sicólogo, ni un gran pensador. No hay en España un Dostoievski, ni un Gogol, ni un Tolstoy, ni un Stendhal, ni un Balzac, ni siquiera un Proust, ni un Meredith, ni un Goethe, ni un Hölderlin, ni un Nietszche, para no nombrar sino autores de todos conocidos. Lo mejor que ha tenido la literatura española en los últimos tiempos es acaso Valle Inclán, a pesar de su voz engolada. No hubo en España un Victor Hugo, un Musset, un Baudelaire, un Rimbaud, un Lautréamont, un Mallarmé, ni nada comparable. Mientras Inglaterra poseía un Byron, un Shelley, un Black, España no tenía sino un Zorrilla, un Espronceda, un Núñez de Arce o novelistas como el señor Pereda, que todavía se atreven a editar los editores hispanos. Frente a esas montañas, unos tres o cuatro melones huecos. Desde el Siglo de Oro, las letras españolas, son un desierto intelectual hasta Rubén Darío. Ésta es la verdad, la muy triste verdad.

¿Qué piensa Ud. de la poesía chilena?

Creo que está entrando en un buen camino, por lo menos hay un grupo de nuevos poetas que tratan de superarse y de no dejarse llevar por la facilidad.

¿Qué piensa de Pablo Neruda?

¿Con qué intención me hace Ud. esta pregunta? ¿Es forzoso bajar de plano y hablar de cosas mediocres? Ud. sabe que no me agrada lo calugoso, lo gelatinoso. Yo no tengo alma de sobrina de jefe de estación. Estoy a tantas leguas de todo eso.

¿Cree Ud. que esa poesía que Ud. llama gelatinosa puede hacer escuela en América?

Es posible, pero sólo entre los mediocres. Es una poesía fácil, bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es, como dice un amigo mío, la poesía especial para todas las tontas de América.


14.4.10

Ironías

Leyendo a Orwell

En 1984, de George Orwell (que acabo de releer después de muchos años), América del Sur forma parte de Oceania, una de las tres superpotencias que se reparten casi la totalidad de la superficie terrestre.

Oceania incluye las islas británicas, Australia y las Américas. Las otras dos potencias, Eastasia y Eurasia, ocupan el resto del planeta, excepto un extenso triángulo que sirve de escenario para las cíclicas y poco menos que rituales batallas de los tres imperios.

En el último tercio de la novela, Winston Smith, el protagonista, lee un par de capítulos del libro del líder subversivo Emmanuel Goldstein. El recuento histórico de Goldstein sobre la formación de Oceania y la nueva organización mundial está plagado de ironías.

Una a la que acaso Orwell no le dedicó excesiva reflexión resulta, sin embargo, para mí, la más cercana: en Oceania, la distópica tiranía perfecta, el más hermético de los estados policiales, los indígenas de los Andes tienen acceso al círculo central del partido, y pueden, en efecto, ocupar la esfera del poder.

Así que ahí lo tienen: en la más atroz de las dictaduras ficcionales jamás imaginada, los andinos tienen más posibilidades de poder que en el Perú de la realidad. Y después hay quien se pregunta por qué ciertos mensajes violentistas y autoritarios han encontrado alguna vez eco en los Andes.

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12.4.10

Twitter

Puente Aéreo en versión incluso más breve

Para días como estos, cuando Puente Aéreo se renueva más lentamente de lo acostumbrado, es que está hecho el Twitter. Al menos, eso es lo que me dicen. Así que quienes quieran insistir en leer mis tonterías entre post y post, basta con incluirse entre los seguidores de mi twitter: aquí.

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10.4.10

Voy a hablar de la esperanza

Blogger invitado: César Vallejo

No, no es que me duela todo. Es sólo que estuve leyendo a Vallejo y me di cuenta de que era un blogger notable pero sin bitácora (online). Así que le presto la mía por un rato y sigo descansando, con todo mi camino a verme solo.
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Voy a hablar de la esperanza

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.

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