30.10.10

La naturaleza enemiga

Real-maravilloso, realismo mágico, lo natural

Leyendo a Iván Thays, como todos, encuentro el siguiente pasaje, que él cita, de una reseña de Laura Cardona publicada en ADN Cultura de La Nación, sobre un libro de ensayos de Ignacio Padilla:

"Si el realismo maravilloso se regía por el vitalismo, aquella ideología de colonizados que deducía de nuestro subdesarrollo económico una supuesta relación privilegiada con la naturaleza, Padilla invierte la fórmula y cambia el signo de la relación: de nuestro pésimo trato con la naturaleza proviene nuestro subdesarrollo y nuestra fatalidad".

Me interesa, en verdad, sólo la primera parte de la cita, la alusión a lo real-maravilloso y su supuesta reivindicación de una "relación privilegiada" de los latinoamericanos "con la naturaleza". Y debo aclarar que no comprendo a qué se refiere la autora con que esto último lo "deducía" el realismo maravilloso a partir de la comprobación de "nuestro subdesarrollo económico". Le he dado vueltas a la frase y no entiendo cuál puede ser la operación deductiva que vincula una cosa con la otra en el marco de lo real maravilloso.

Como tengo la sospecha de que la autora está llamando realismo maravilloso tanto al realismo mágico modelo García Márquez como a lo real-maravilloso modelo Carpentier, me he dado el trabajo de pensar (un poco) en posibles textos que respalden la idea, y no los encuentro.

Tanto en la estela de Carpentier como en la de García Márquez, lo que es crucial recurrentemente no es la pobreza económica, sino lo anacrónico, lo problemático e incluso lo violento de los procesos de la modernidad y la modernización en la región latinoamericana.

(En sus obras, la ficción que más cercanamente identifica esos desencuentros con la pauperización económica es El coronel no tiene quien le escriba, pero, como sabemos, esa novela está enteramente escrita fuera de los linderos del realismo mágico y de lo real-maravilloso).

Ahora, otro rasgo común en las obras del colombiano y el cubano y la enorme mayoría de sus discípulos es que a la modernidad y al impulso modernizador oponen otra forma de interrelación de lo humano, que en la mayoría de los casos suele ser el mito: el mito como lado oscuro y paradójicamente atemporal de la historia, en Carpentier, el mito como explicación premoderna de la realidad, en García Márquez; y el mito como esqueleto narrativo para ordenar el relato de lo incomprensible, esto en ambos autores y en ambas descendencias.

Pero ninguno de esos elementos es la naturaleza, ni siquiera un sucedáneo de la naturaleza. Y cuando la naturaleza aparece, que sí lo hace con frecuencia, claro, los personajes parecen bastante lejos de establecer con ella una "relación privilegiada".

En gran medida, de hecho, la naturaleza en Carpentier y en García Márquez es una enemiga cruel y arrasadora. Es el viento de la desgracia de Eréndira, la vegetación selvática que devora los barcos españoles, el mar que deforma los cuerpos de los gigantes ahogados, la montaña que escupe serpientes sobre los esclavos evadidos, la jungla que cerca el campamento de los adelantados, el tiempo que hace crecer rabos de cerdo en el cóccix de los bisnietos, la lluvia que arroja cangrejos en los pueblos olvidados.

No digamos ya qué pasa con la naturaleza siempre cadavérica y enajenada de Rulfo o de Arenas o Rosario Castellanos y algunos otros autores, parte de cuyas obras se suele incluir, con abuso notorio, en alguna forma de realismo maravilloso o mágico.

Carpentier es un barroco culterano: poco en él es natural y lo natural es retruécano y figura; como él, el García Márquez del realismo mágico es un obsesionado por la historia, la historia de los hombres y las mujeres, la historia en todo aquello en que no es historia natural: la torcida y abusada historia de las culturas y las sociedades.

No es casual que detrás del nombre que ellos mismos u otras personas, según el caso, dieron a las poéticas de García Márquez y Carpentier, sobreviva en común la alusión a la realidad, a lo real o al realismo: realismo maravilloso, realismo mágico, lo real-maravilloso, lo mítico-realista, etc.: si uno toma al pie de la letras las definiciones más complejas de realismo narrativo que fueron avanzadas en el tiempo en que la crítica asumió esa tarea como central, definiciones como las de Auerbach o Lukács, en dos polos muy distintos, es casi imposible alegar que Carpentier y García Márquez no son realistas.

(Y aquí acaso pare la oreja y declare victoria mi amigo Peter Elmore, a propósito de un debate nuestro que apareció meses atrás en Hueso Húmero, pero dejo eso para otro momento y me niego a tirar la toalla: sólo diré que el realismo mágico y lo real maravilloso, más escasos en la literatura peruana de lo que uno pudiera suponer, ofrecen un caso peculiar de variación sobre el realismo).

El vector realista de estos autores no tiene que ver con el régimen representacional, pues en eso está claro que se mueven fuera de los bordes del realismo; pero sí tiene que ver con la intención más básica de la novela realista, que es la de recomponer ficcionalmente y formular en el relato las formas de vinculación entre el sujeto y la estructura social en la que actúa.

Si algo diferencia, aunque a veces sea borrosamente, al realismo decimonónico y contemporáneo del naturalismo es precisamente que esa vinculación entre individuo, clase y sociedad no está regida por las leyes de la naturaleza sino por las leyes de la cultura, la política, la economía, es decir, por las leyes de la sociedad.

Y lo mítico, lo mágico, lo maravilloso, en los diversos descendientes del realismo que los acogen, no están para estrechar el lazo entre el ser humano y la naturaleza, como podría ser acaso su función en las culturas premodernas, sino para buscarle una explicación, aunque sea simbólica o metafórica, a la relación entre el ser humano y una realidad que ha sido construida por su propia cultura, o impuesta por otra, o nacida de la hibridación, colonial o no, entre más de una.

Por eso en García Márquez las mujeres que vuelan no sorprenden tanto como la congelación artificial del agua o los aeroplanos (porque la tecnología es menos previsible que la magia en una sociedad que no acaba de ingresar en la modernidad), pero también por eso lo único que es realmente misterioso y esquivo, extraño e incomprensible, sin ayuda del mito o de la historia, es lo natural, cosas como el simple amor, la soledad, la locura, la muerte, la decadencia de los cuerpos, la tormenta, el horizonte y el olvido.


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2 comentarios:

cesar dijo...

Lo real magico maravilloso no fue mas que el intento exitoso de la literaturizacion institucionalizada realizada por ciertos autores latinos de un estado psico-semantico muy preciso.
Pero la verdad es mucho mas amplia que la reflexion: tanto el sentido magico como lo real maravilloso son solo dos de los tantos otros atributos que posee lo Real (la perfeccion es otra), cosa que podriamos comprobar tanto rn la cuevas de altamira, en todas las artes primeras (Paracas por ejemplo) o en las telas de un Klee o de un Peter Doig.
Como se podra ver el tema es rico y sumamente interesante.
Esperemos no mas que otro tipo de opiniones no se dejen esperar.
César Escalante
Paris, 2010

MAGALY dijo...

LA TETA ASUSTADA CASI GANA EL OSCAR